14 de enero de 2010

El conde (XVIII)

Autor: un gran amigo.

No solía engañarla su femenina intuición, por ende, afianzada en la evidente realidad que los acontecimientos industriales le imponían. La hermosura del latifundio, en la década de 1880, no era ni la sombra de aquella vasta heredad que dejara el abuelo y, en la cual, por aquello de las imposiciones complementarias inherentes a la venta de las minas, el Gobierno concedía a la parte compradora el derecho a instar la expropiación de tierras para la construcción de su ferrocarril y demás puntos necesarios para la circulación de éste, desde los yacimientos hasta Huelva.

Por tanto, una enervante conclusión para quienes fueran expropiados, contra su propia voluntad, era la invasión de propiedad a fin de construir las vías de tránsito (raíles, etc.) del repetido ferrocarril, sin perjuicio de una posterior indemnización.

A mediados de esa década, Alicia vivió el declive del patrimonio familiar perjudicado por variadas motivaciones, como pudo ser la instalación del camino férreo, por sus pagos, de Las Cañas, los Frailes, Manantiales, etc. Las fincas de Zalamea, Campofrío y otras, antiguamente sostén de alimento y reproducción de numerosa cabaña porcina y ovina, se habían reducido a la ya raquítica caprina, cuyo mantenimiento era ruinoso a ojos vista. Así mismo, también desaparecieron las numerosas colmenas de que se disponía en Berrocal.

A todo ello, el Gobierno de D. Práxedes Mateo Sagasta, aprobó el incremento de impuestos para la venta de productos lácteos y agrícolas a fin de paliar, en parte, los gastos que la Hacienda Nacional debía afrontar por el envío de contingentes militares a ultramar y, a la vez, afrontar sus obligaciones ordinarias y deuda pública. Se imponía una dolorosa determinación. Alicia tendría, poco menos, que obligar de cualquier forma, a su hermano, a poner los pies en tierra y olvidar su habitual estado de “ensimismamiento”. ¿Qué fórmula de persuasión emplearía?

Obligado es hacer un alto, en tanto ella meditaba su posterior actuación, para hacer un análisis de la evolución económica, política y social del ente RTCL quien, realmente, se había constituido como auténtico dueño y, obviamente, gestor de la situación.

Lejos quedaba ya, aquél primer embarque de 630 Tons de pirita, cargadas a bordo del vapor “María”, con destino a Inglaterra, llevado a cabo en Huelva, en marzo de 1876, por una cuadrilla de trabajadores portugueses a los que siguieron otras remesas procedentes de las 349.158 Tons de mineral extraídas durante ese mismo año, en tanto fueron rebasadas por el arranque, en 1883, de 1.105.785 Tons de mineral que produjeron 20.472 Tons de cobre metal. Si bien esta última producción y consecuente riqueza había sido conseguida con el sostenimiento de una plantilla laboral de 3217 personas, estaba muy distante aún de alcanzar, como se preveían, cotas inimaginables para años sucesivos de crecimiento en extracción y, correlativamente, de personal.

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