Este legado de nostalgia es para
Autora : María Teresa Hunt Ortiz
MI CASA
Cuando veo tu esqueleto amarillento
desgastado por el paso de los años
imagino tus paredes coloridas
flanqueadas por el verde de las puertas.
Te diviso desde lejos y recuerdo
los tres pisos de casona victoriana
centenaria y arraigada en otras tierras
aceptada ya por el entorno rojo.
Reconstruyo ventanales alargados
protegidos por esteras gigantescas
que en verano invitaban al sosiego
a la hora intempestiva de la siesta.
Escalones encerados de madera
conducían a lo alto del reducto,
‘el doblao’, donde la gente imaginaba
las historias más fantásticas y bellas.
Los rincones me servían de escondite
de canicas, recortables y juguetes
y buscaba en cajones chirriantes
los objetos desechados tras romperse.
La ventana de mi cuarto la recuerdo
como algo fascinante que imantaba:
me asomaba muchas veces cada día
y observaba caminar a algún intruso
y la sombra del ciprés siempre alargada.
El jardín que por detrás se divisaba
enmarcado en un camino de cemento
entre rosas, margaritas y romero
conducía a un santuario de jazmines
donde gatos callejeros se escondían.
Un gran árbol de limones permanentes
cobijaba tras sus ramas protectoras
una casa de muñecas construída
por mi padre con tablones alargados.
Su tejado de uralita curvilínea
protegía de la lluvia en el invierno
y servía de almacén de bicicletas
aparcadas por el frío de diciembre.
Un gran banco rodeaba el nisperero
que era cómplice de charlas infantiles
y su tronco con frecuencia sostenía
la cabaña de maderas y cartones.
La escalera que subía a la azotea
se llenaba de verdina ya en noviembre
y en el césped del jardín, junto al cemento,
reposaban en añil los paños blancos.
Cuando veo tu esqueleto amarillento
desgastado por heridas multiformes
imagino tus paredes sin arrugas
adornadas con geranios y azucenas.
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