24 de junio de 2009

El trabajo desconocido de Hércules

Autor: Manuel Fernández del Rio.

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Para que este artículo tome forma, necesito que abran su imaginación. A algunos le parecerá de un loco perdido, pero otros se sentirán aliviados por saber la procedencia del plato de su pasión: El picadillo.

Corría el año 1500 a.C. (más o menos) cuando Hércules, “Heracles” para los de la LOGSE, andaba por Hispania para llevar a cabo uno de sus trabajos. Fue a Galicia (tomemos los nombres actuales para que nos situemos mejor) , pero la pesca de cuatro mil kilos de percebes en un día no le satisfacía; estuvo por el País Vasco, pero allí vio que su fuerza no era comparable con la de aquellas personas que movían catedrales enteras empujándolas tan solo porque a alguien le molestaba al pasar. De allí pasó a Cataluña, donde tampoco le gustó aquello de ver a la gente morir de hambre porque nadie quería hacer trueques con nadie. Todo para ellos. Hasta que llegó a Andalucía, después de beberse cuarenta litros de horchata en Valencia e ir nadando a Mallorca a por seis mil quinientas ensaimadas para merendar.

En Andalucía fue a preguntarle a un señor de unos 89 años donde podía encontrar trabajo, y este le respondió: “que sabe la juventud de trabajar, si ellos nunca hacen nada…”

Desolado por no encontrar trabajo, fue caminando en media hora de Almería al Campo de Gibraltar y allí preguntó por trabajo a un hombre del lugar. Este hombre le dijo que trabajo lo que es trabajo, no había, pero que si podía hacer una cosilla: “aguantar dos columnas en medio de la playa, porque el fin del mundo estaba al lado”. Decidido, se fue para la playa, puso un brazo en una columna y otro en la otra, permaneciendo quieto durante muchos años (tan parado estuvo que vinieron dos leones que habían cruzado el estrecho nadando para comérselo y lo dejaron porque se creían que era una estatua).

Al cabo de los años le entró hambre, así de simple. Y decidió salir a comer, pero antes con los leones, inventó lo que hoy conocemos como tapas. Anduvo y anduvo hasta llegar a Sevilla, pero no se quedó mucho tiempo ya que salió espantando cuando un lugareño le soltó: “¿que hase cabesa por aquí? Disfruta de esta tierra donde se vive de sevillanas maneras y donde el serranito es la metáfora de la clase media, lo tiene todo para saciar, pero sin lujos. ¡Eso es así! Viva er beti manque pierda”. Y así continuó su camino hasta Huelva.

Allí, se encontró con algunos amigos griegos que estaban de contrabando con los tartéssicos, pero no se paró mucho, porque necesitaba comer con urgencia. Los datos históricos dicen que se comió cuarenta fuentes de ensaladilla de gambas, treinta platos de choco fritos y cincuenta hamburguesas de la ╒╓╔∞чβαμ (Plaza de las Monjas en griego), pero no quedó satisfecho.

Llorando por la avenida Italium, se sentó a orillas del Odiel y deseo encontrar el manjar perfecto, pero estaba cansado. De repente, detrás de un matorral apareció un noble caballero de la villa, ataviado con un traje de gitana, defendiéndolo como una futura tradición en esta zona. Se dirigió a Hércules y le preguntó: “¿De verdad quieres saber cual es la mejor comida de la Tierra Plana?”, - Hércules asintió nervioso – “Pues yo te lo voy a mostrar”.

Después de una hora de camino llegaron a la villa de la Isla Chica y se pararon delante de una pequeña casita con un huerto al lado, que centelleaba como un lucero. Entraron en la casa y se acomodaron, hasta que el lugareño empezó a sacar unos productos rojos, verdes, blancos... Como le picaba la curiosidad, preguntó el nombre de esos productos, a lo que el lugareño le contestó: “lo rojo se llama tomate, lo verde pimiento, lo blanco cebolla y esto tan raro que ves aquí amigo mío, se llaman huevas”.

A primera vista no tenía nada interesante, pero una vez que empezó a cortar aquello en taquitos pequeños quedó fascinado por su belleza. Aquel gurú de la Onuba preparaba algo extraño y peculiar, pero a Hércules no le llegaba a convencer del todo. Dejó que prosiguiera cortando y cuando se iniciaba con el preparativo de las llamadas huevas, Hércules se vino arriba y le propuso una idea: “Conozco a un tal Pitágoras que vive al lado de mi casa allá, y me dijo que las cosas es mejor cortarla en forma 2Π, es decir, en círculo”. El lugareño tomó nota y le propuso que le mostrara como era aquella desconocida forma, quedando impresionado con el resultado y optando por cortarla así.

Terminó de ordenar todo en una fuente y le añadió un tanto por ciento de oro líquido y el doble de vinagre, quedando todo listo para que Hércules lo probara.

Hay muchos escritos sobre su reacción, pero se cuenta que fue tanto el placer que le produjo que se lo llevó de viaje por todo el mundo para dar a conocer ese manjar. Esta es la historia del picadillo con huevas, producto que en estas horas de calor nos hacen el día más llevadero.
PD: Hércules está en busca y captura. Parece ser que se dejó un poco de ese polvo blanco llamado fosfoyeso a orillas del río Tinto y nos estamos jodiendo la gente de Onuba. También se sabe que Hércules conoció a mucha gente, entre ellos a Moisés el Santo, con el que tras una gran ingesta de sajonas “cruzcampus” jugó a convertir un río de la provincia en sangre.


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