Autor: un gran amigo.
Joselito, uno de los criados de Mr. Prebble, dijo, cuando todo se había tranquilizado, que el tal Mr. Matheson, era un pez muy gordo y demasiado serio quien, posiblemente, aprobaría lo determinado por su subalterno. El sirviente, para darse importancia ante el auditorio de la taberna, se extendía en variados comentarios, como el que sigue:
De manera estoica, Matheson, presenció la petición, que de rodillas ante el Rey, hizo una pobre mujer al Soberano y que consistió en solicitar su gracia, a fin de que fuese indultado de prisión, su único hijo, penando haber agredido con faca a uno de los capataces ingleses, en la Mina, resultando aquél, gravemente herido”.
Aquel sirviente, Señora, continuó con su charla y todos los parroquianos de la panilla, entre trago y trago de aguardiente, la seguían con tanta atención que, hasta el más entusiasta de ellos, puso en la mano del Tani una perra gorda de 10 Céntimos para que escanciase una copa al dicharachero doméstico.
Sabiéndose “bien untado” con el dulce sabor de la manguara, prosiguió:
“Quienes han salido muy bien parados de la visita del Rey han sido el marido de la Sebastiana (Sí, aquella gallega de Orense, que cada año trae al mundo un crío y ya, con el que viene, se junta con 10). No recuerdo el nombre de su marido pero ella barcalea en la Corta, aún estando “preñá”.
El otro es Manué el “Tiriti”, fogonero de la máquina que conducida por Mr. Lagdon, trajo el tren donde llegó, desde Huelva hasta la Mina, al Rey y su séquito.
Pues nada más que por entrar el Rey en las casas que habitan, que son de la Compañía, ordenó le diesen a cada uno allá como unos 200 reales que es, real arriba o abajo, el cambio de ₤5. ¡Casi ná¡
Cuando la Sebastiana, se enteró del donativo real, se tiró de rodillas ante D. Alfonso, sin que le pesara la barriga y comenzó a darle besos en la mano de manera que, cuando el Rey la retiró, parecía que su anillo brillaba con más intensidad…
¡Anda, que no salió contento el Rey de aquellas visitas¡ Le comentó a un ayudante suyo, que es coronel, título del reino, al que oí referírselo a otro señor, mientras cenaban en la Casa Grande, lo sorprendido que estaba el monarca por los bienes que hacía la Compañía a sus trabajadores. Decía que aquellas casas tan bien distribuidas con ventiladas habitaciones, podían hospedar a 3 o 4 personas en cada dormitorio y a modesto alquiler. Debidamente encaladas, eran todo un goce para los mineros, que al regresar de jornadas de sólo 12 horas de trabajo, encontraban merecido descanso.
Joselito, uno de los criados de Mr. Prebble, dijo, cuando todo se había tranquilizado, que el tal Mr. Matheson, era un pez muy gordo y demasiado serio quien, posiblemente, aprobaría lo determinado por su subalterno. El sirviente, para darse importancia ante el auditorio de la taberna, se extendía en variados comentarios, como el que sigue:
De manera estoica, Matheson, presenció la petición, que de rodillas ante el Rey, hizo una pobre mujer al Soberano y que consistió en solicitar su gracia, a fin de que fuese indultado de prisión, su único hijo, penando haber agredido con faca a uno de los capataces ingleses, en la Mina, resultando aquél, gravemente herido”.
Aquel sirviente, Señora, continuó con su charla y todos los parroquianos de la panilla, entre trago y trago de aguardiente, la seguían con tanta atención que, hasta el más entusiasta de ellos, puso en la mano del Tani una perra gorda de 10 Céntimos para que escanciase una copa al dicharachero doméstico.
Sabiéndose “bien untado” con el dulce sabor de la manguara, prosiguió:
“Quienes han salido muy bien parados de la visita del Rey han sido el marido de la Sebastiana (Sí, aquella gallega de Orense, que cada año trae al mundo un crío y ya, con el que viene, se junta con 10). No recuerdo el nombre de su marido pero ella barcalea en la Corta, aún estando “preñá”.
El otro es Manué el “Tiriti”, fogonero de la máquina que conducida por Mr. Lagdon, trajo el tren donde llegó, desde Huelva hasta la Mina, al Rey y su séquito.
Pues nada más que por entrar el Rey en las casas que habitan, que son de la Compañía, ordenó le diesen a cada uno allá como unos 200 reales que es, real arriba o abajo, el cambio de ₤5. ¡Casi ná¡
Cuando la Sebastiana, se enteró del donativo real, se tiró de rodillas ante D. Alfonso, sin que le pesara la barriga y comenzó a darle besos en la mano de manera que, cuando el Rey la retiró, parecía que su anillo brillaba con más intensidad…
¡Anda, que no salió contento el Rey de aquellas visitas¡ Le comentó a un ayudante suyo, que es coronel, título del reino, al que oí referírselo a otro señor, mientras cenaban en la Casa Grande, lo sorprendido que estaba el monarca por los bienes que hacía la Compañía a sus trabajadores. Decía que aquellas casas tan bien distribuidas con ventiladas habitaciones, podían hospedar a 3 o 4 personas en cada dormitorio y a modesto alquiler. Debidamente encaladas, eran todo un goce para los mineros, que al regresar de jornadas de sólo 12 horas de trabajo, encontraban merecido descanso.
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