30 de marzo de 2010

El conde (XXIII)

Autor: un gran amigo.

El jueves, día 2, contrariamente a lo esperado, transcurrió pacíficamente, de tal manera que fueron retirados los 35 guardias civiles que habían llegado la jornada anterior. Llamaron la atención del personal, no obstante, determinadas entradas y salidas desde la Dirección al Ayuntamiento y viceversa, del nuevo Director, Mr. William Rich y el Alcalde de Rio Tinto, pero de los asuntos que ambos pudieran traer entre manos escasos comentarios levantaron.

Distinto fue la movida que se originó al siguiente día, cuando diferentes “oradores” empezaron a dar mítines, contra la situación laboral, en varias calles de la Mina. Era evidente que la situación había entrado en una dinámica incontrolable, para mantener el orden público por parte de las autoridades, máxime cuando 24 horas antes, se había despachado, fuera del distrito, el contingente de los 35 efectivos.

Numerosos mensajes telegráficos se cruzaron entre la Dirección de la Compañía y el Gobernador de la Provincia tratando de reconducir la situación, con las únicas medidas que se entendían, en aquellos momentos, a fin de conseguirla: La disolución de concentraciones y persuasión de volver a la normalidad, con el empleo de la fuerza armada.

Mientras tanto, en Zalamea el viernes 3, acudía como de costumbre, a la ermita de San Blas un gran número de personas para implorar del Santo protección para sus gargantas, colgándose una especie de cordón impregnado en líquido aceitoso y, tras ello, pasar la jornada campera, de forma festiva dedicada al jolgorio, incentivado por la abundancia de aguardiente.

El alegre ambiente creado, se mostró propicio para que al siguiente día 4, sábado, el Alcalde, apoyado por los terratenientes, sin duda, en connivencia con el anarquista Tornet y seguidores opuestos a la terrible contaminación de las “teleras”, indujeran a la población a marchar, en pacífica manifestación, a Rio Tinto para allí reiterar la supresión de las calcinaciones. La convocatoria, no sólo fue secundada por gran gentío sino que, se vió incrementada, a su paso, por las aldeas y poblados que atravesaban, todos ellos muy confiados en su modo de proceder y animados por música y slóganes de: ¡“Abajo los humos y viva la agricultura”!

Era evidente que la referida manifestación, nada tuvo de espontánea y respondía a una previa organización, puesto que desde Nerva, acudieron numerosos grupos.

Aquella tarde del sábado 4 de Febrero, resguardándose del frío atardeceder y envuelta en su negro mantón de lana, Alicia regresaba a casa después del rezo del Rosario, en la Parroquia zalameña. Había sonado el toque de Animas y comenzaba a oscurecer. Apresuró el paso y resguardó su boca con los bordes del mantón, para evitar las molestias originadas por los humos procedentes de Rio Tinto.

Acompañada de su fiel criada, Rosini, alcanzaron el Pilar de las Indias cuando vieron correr a un grupo de personas, jadeantes y llorosas que, apresuradamente, iban penetrando en las casas próximas, asegurando las puertas de forma prudencial. Su perplejidad y curiosidad sólo quedaron manifestadas en una interrogativa mirada hacia Rosini, así mismo devuelta, sin responder.

Llegada a casa la esperaban impacientes algunos criados que, con semblantes de un contenido terror, comenzaron a contarle las terribles noticias que les trajeron algunos componentes de la manifestación que partió de mañana para la Mina. Cada uno de ellos daba relatos diferentes. En consecuencia, ella los tranquilizó de la mejor manera que supo, despachándoles a sus deberes y determinada a escuchar a Román que, aunque de tosco modo, confiaba, sería más preciso en su relato.

Era muy avanzada la noche cuando Román llegó de Rio Tinto. De inmediato, estaba ante Alicia que, sin ningún disimulo, había permanecido a la espera en evidente estado de preocupación y visiblemente nerviosa. En parecida situación se encontraba el muchacho que, antes de despegar labios, se apresuró a cerrar puertas y ventanas de la casa, empeorando en el ama la excitación que ésta ya sufría.

Sentado y, al calor de confortable fuego, dio la siguiente versión de hechos presenciados por él desde un punto elevado de la Plaza de la Constitución:

----“ Ví como un enorme gentío se concentraba en aquella plaza, donde previamente se estacionaban muchos soldados que me dijeron eran del Regimiento de Pavía, al mando de un teniente coronel que se asomaba, de vez en cuando, al balcón principal del Ayuntamiento. Dentro del edificio se encontraban ya, el Gobernador, las autoridades del municipio, el Director de la Compañía, Tornet y representantes de los propietarios de tierras. La caballería de la Guardia Civil y sus hombres de a pié, se habían retirado hacia las calles inmediatas que confluían en la plaza.

La gente era muy ruidosa y no paraba de gritar, En determinada ocasión, salió el Gobernador para decir algo que yo no pude entender y, de inmediato, una voz con orden de ¡fuego¡, partió del balcón. Los soldados, una fila en pié y otros de rodillas, comenzaron a disparar al público y aquello fue algo que me puso los pelos de punta. Lo mismo que los demás, salí corriendo, tropezando con personas muertas y, otras heridas, que gritaban al ser arrolladas por la masa.

No he parado de correr y, sólo me he detenido dos veces para ayudar a un hombre herido que, casi arrastrando se apoyaba en una mujer, algo mayor, y un muchacho joven. Les he perdido de vista, cuando entraban para Zalemea, al amparo del muro que cierra un cercado de Sebastián, “el Torrija”. No puedo decirle cuántos muertos y heridos quedaron en el suelo de la plaza, pero seguramente, mañana nos enteraremos.

Con su permiso voy a tratar de descansar y procuraré no recordar estos crímenes”

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