Autora: Mª Jesús Alonso.
DIEZ AÑOS.
Habían pasado diez años, justo
diez años. Y volvía a estar allí, recordándolo todo, volviendo a pasar por el
mismo infierno. De nuevo una persona preguntándole tantas cosas, tantos
porqués, tantas conjeturas...¡qué podía saber ella! Esta vez, se encontraba
delante de una mujer, bastante joven por cierto. Le recordaba a sus hijas:
-
Yo había pasado la tarde en casa de mi madre. Me llamó el día antes para que le
llevara unas medicinas que tenía en casa y decidí quedarme a dormir con ella
porque la encontré un poco pachucha. Tenía fiebre y muchas naúseas, la verdad
es que me asusté un poco. Se negó a ir al médico, decia que estaba bien, pero
yo no me quedaba tranquila, por eso me quedé allí. En qué mala hora, ¿verdad
hija? Cuando llegué... cuando llegué a casa... – rompió a llorar. Lo había
repetido un millón de veces, tantas que se había quedado sin lágrimas. De
hecho, en el juicio la acusaron de ser demasiado fría. Sus propios amigos y
vecinos decían que no entendían cómo podía estar así, tan entera, decían.
"Con lo que estoy pasando" pensaba ella siempre "viuda y con
tres hijas ¡ay Dios mío!, y ¿qué voy a hacer ahora? Él se ocupaba de todo, de
todo. Las facturas, todo. Ella ni siquiera sabía cuánto ganaba".
No había vuelto a llorar desde
entonces, tampoco había vuelto a sonreir.
Pero esta vez lloró, y lloró
mucho. Tanto que le pareció ver alguna lágrima en el ojo de la inspectora que
la estaba interrogando. Tan joven que posiblemente sería su primer caso. Tan
joven, le recordaba a sus hijas.
Fue en Agosto, Agosto de hace
diez años. Acababan de volver de vacaciones, sus hijas se habían quedado en la
playa con sus tíos pero él tenía que trabajar. A ella no le gustaban las
vacaciones en Julio, las prefería en Agosto. "Qué sabes tú cómo están las
cosas en el trabajo" - le había dicho él. Pero tenían que haberse ido en
Agosto, tal vez así, todo habría sido distinto.
-
Ya sé que ha oído esto antes señora, pero le
aseguro que haremos lo que podamos. Sin embargo, es un caso díficil. No hay
indicios de robo y no tenía enemigos. Su marido era una buena persona ¿verdad?.
-
A quienquiera que le pregunte le dirá que sí...
- y volvió a llorar. La inspectora se dispuso a recoger sus papeles. -
Excepto... a mí.
La
inspectora dejó sus pepeles y la miró. No dijo nada pero, esta vez sí, una
lágrima resbaló por su mejilla.
Iba caminando hacía su celda. No
estaba enfadada, no estaba triste. Estaba, simplemente, siguiendo su camino. Un
camino nuevo, una vida nueva, sin culpas, sin gritos, sin palizas. Nadie sabía
lo que ella había llorado, lo que había sufrido, lo que había callado. Sólo su
madre, por eso la había ayudado con la coartada. Una madre es una madre. Tal
vez por eso lo había hecho ella, por sus hijas, porque ya eran mayores y no
soportaban más. Sabía que estaban dispuestas a hacer cualquier cosa. O, tal vez
fue por ella misma, tal vez era ella la que no aguantaba más, tal vez, en el
fondo, quiso hacerlo desde que le pegó la primera vez. Cómo le dolió esa
primera bofetada, más que cualquiera de las siguientes palizas. No estaba
feliz, no podía decir eso. Pero sus hijas le habían sonreído desde el estrado,
la habían perdonado, estaban de su lado.
Entró en su celda. Había un
evangelio sobre su cama, no sabía porqué. Era católica pero no lo había pedido,
de hecho no había pisado la iglesia desde agosto de hace diez años. La gente
decía que se había enfadado con Dios por lo que había pasado. Ella pensaba que
era justo al contrario. Abrió por una página cualquiera y sus ojos se posaron
en una frase. "El Señor es compasivo y misericordioso". Tal vez,
incluso Dios, estaba empezando a perdonarla. Un veintiseis de Agosto después de
diez años, Elena se sentó en la cama, y sonrió.
Me ha encantado María Jesús! No esperaba menos de ti. Un besito
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