Relatos centrados en "Agosto".
Autora: WW
- Papá entra por abajo, por favor, por el
cuartel, vamos a ver que hay puesto ya– se escuchaba en el coche a coro.
- Ya os lo he dicho, ayer cuando pasé solo estaba
puesto el escenario y las hileras de bombillas.
Mi padre, complaciente, nos daba una vuelta por
el pueblo y nos pegábamos a las ventanillas para ver las novedades que este año
nos depararía San Roque. Íbamos diciendo todo lo que veíamos, este año han traído más cacharritos, ese es
nuevo; mira ya está el puesto del coco; pues el del bingo no está, pues es muy
raro, nunca falla…dábamos la vuelta al Minero y al pasar por la parada iba
más despacito para ver los carteles…esa
orquesta es muy buena, “24 Quilates”, vino el año pasado.
Esperábamos ansiosos que el programa de fiestas
estuviera ya en casa, mi abuela siempre decía que a ver si se confundían y
dejaban dos, para poder mandarle uno a su hermana a Barcelona.
Mi madre en su primer intento de organización
preguntaba a qué día estábamos. Era un doce de Agosto de mil novecientos
noventa y tres. Entonces, ¿qué día será
la fiesta local? Que encargué tomates del terreno y a ver si se me va a pasar.
También habrá que comprar pan doble…o triple.
Mañana llegaría mi tío, y a ver qué precio
tendría el Trofeo Minero, él todos los años se quejaba pero nos sacaba el bono.
¡Tres niños y un jubilado! ¡Y a esta niña no la llevo más a ver un partido! Esa
era su gustosa retahíla.
- Tenía que ganar El Campillo- decía mi padre para escuchar a mis hermanos.
- ¡Riootintoo, Riootintoo!- cantábamos en la
parte de atrás del coche. Hasta que no veíamos reírse a mi padre por el espejo retrovisor
no parábamos, el se rendía y nosotros aplaudíamos.
- Mamá, ¿sabes qué se me ha olvidado? Una rebeca.
Al final siempre me da frío. Me volví hacia mis hermanos, entre seria y
triunfal para decirles: este año me ha dicho papá que me puedo quedar con ellos
hasta la diana.
Misma fecha. Mismas conversaciones. Mismas
escenas. Mi madre volvería a colgar los vestidos de la puerta del armario ya planchados.
Mi padre alguna noche tendría que trabajar porque estaba de relevo. Mi abuela
compraría dos cajitas de Playmobil y una de PinyPon. Me montaría en los coches
topes con mi primo y llevaríamos una cuenta perfecta de los refrescos bebidos
por noche. Mis hermanos llorarían a la hora de recogida.
- Ya estamos llegando a casa. Bueno, parece que
todo sigue igual. Otro año más - añadió mi madre contrariada, aquí empezaba su cuenta
atrás para volver al trabajo.
- ¡No, mira mamá!- replicó mi hermano ilusionado.
Ahí han puesto un termómetro nuevo. Treinta cuatro grados. Las seis y diez.
¡Justo para ir a los Gigantes y Cabezudos!
- Niño, ¿has ido a recoger los pases para la
Caseta?
Y aquí, en el coche, había empezado San Roque.
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