Ser del Recre es sufrir viendo
las oportunidades pasar. Es indignarte al ver un Decanato mal vendido en una
ciudad que no se sabe vender. Es recordar un Centenario que pasó sin pena ni
gloria y un 125 Aniversario que puede pasar aún
peor. Es resignarte a ser de un equipo histórico, pero pequeño,
defensivo y con pocas épocas de fútbol brillante; acostumbrarte al empate o a
la derrota. A defender tus colores en tierra “hostil” por un pasado de
enfrentamiento que ya quedó lejos y aún no he sabido demostrar. Es ser un
extraño en el recreo por vestir con una camiseta que no reconocía nadie y tener
como ídolos a Luzardo, Alzugaray, Óscar, Vicente o Iván Rosado.
Pero ser del Recre es también
ponerle cara a tu propio pasado vital gracias a un proceso casi litúrgico que
repetías cada dos semanas. En esa liturgia –y esas caras- participa mi madre (y mi hermana Eva) que nos preparan para ir de Riotinto a Huelva y en su
ceceo nos recuerda de donde venimos. Participa mi abuela Paca que nos tiene preparado unas papas en su casa de la
calle Cortelazor en el que ya se escuchan los primeros sonidos pre-partido.
Participa mi abuelo Juan en su casa
de Federico Molina que desde su sillón, con su camisa medio desabrochada y sus
ojos jóvenes me cuenta anécdotas del antiguo Velódromo o de la época de
Berrocal como presidente del club, justo antes de iniciar su camino al Gol Sur
del Colombino.
Nosotros no, nosotros siempre a
Gol Norte, ese era y es nuestro lugar en el santuario, que respetaremos como
una herencia. Allí, en el antiguo Gol Norte está la cara de la persona que, con
una camisa que nunca protegía su ombligo y una pizarra pequeña (demasiado
pequeña) indicaba en el descanso el número de la rifa. O la cara del vendedor
de refrescos metidos en un cubo con hielo que mi primo Carlos y yo mirábamos con deseo nunca satisfecho. No
íbamos a beber coca-cola, pero al menos a la mínima oportunidad, utilizaríamos
una de sus latas vacías para disputar una tanda de penaltis en el hueco que
había antes de la valla, que de vez en cuando, nos atrevíamos a subir. A esa
cara imprescindible de mi primo Carlos que viene a la mente cuando reflexiono
sobre la pertenencia al Recre, un poco más adelante se sumarían la de mi primo Lolo y su hermano Fernando. Pero para cuando Fernando
pudo jugar con la lata, yo ya no le quitaba ojo a lo que pasaba en el campo
mientras escuchaba los cánticos que salían desde el Frente Onuba situado a mi
derecha o las quejas y comentarios jocosos de Curro, el compadre de mi padre, su gran amigo, el de todos
nosotros.
Desde el primer día, sentado a mi
lado en esos escalones de hormigón o en los de plástico de ahora, mi hermano Grego nos demostraba (y nos
demuestra) que hay otra manera distinta de disfrutar del partido. No era
necesario gritar cada instante o criticar cada jugada. Se podía hablar de
manera sosegada o reconocer que el otro equipo, que podía ser el Mármol Macael
o el Ceuta había sido menos malo.
Mucho más adelante, ya con la
brisa marinera de la ría de Huelva, se unen las caras de mi sobrina Eva, que era socia del Recre a la hora de nacer, mi sobrino Alberto tan parecido a mi que
está pasando ahora el mismo proceso que expliqué en el primer párrafo, mi sobrina Julia, que si le preguntas
de que equipo es, responde con su arte natural: “Del Recre, ¿de quién voy a ser?,
mi sobrino Carlos, que con cuatro
años conoce el nombre de todos los jugadores y, mientras está disputándose el
partido no quiere jugar con la lata de refrescos como si hacíamos su padre y yo;
sólo quiere cantar, animar y ver el fútbol, y mi sobrino Grego que todavía no sabe caminar pero ya ha ido a una
manifestación en defensa de la salvación del club.
Con ellos MPaz que me acompaña en la victoria, el empate o la derrota, ya sea
resultado futbolero o vital. Y esa cual sea, siempre consigue que se transforme
en victoria.
Y el responsable de todo, el
socio 93, mi padre, que nos inculcó
el respeto y el cariño al Decano del
Fútbol Español mientras nos llevaba, nos traía, nos cuidaba y nos protegía
mientras contaba historias de jugadores no presentes o partidos remotos entre
gol y gol. Él es el culpable que el Recre sea un recuerdo entrañable,
fundamental y que hoy siga siendo una liturgia familiar que utilizamos para
vernos y ayudarnos. Él, que cada domingo de fútbol sigue conduciendo una hora
de Riotinto a Huelva, es la esencia de mi Recreativo de Huelva. Para mí, y para
todos nosotros, Gregorio, mi padre,
es el Recreativo de Huelva.
Por eso no podemos permitir que
desaparezca porque con el club se va toda una vida.
Ser del Recre es coger el coche y
conducir toda la madrugada hasta llegar a San Sebastían para verlo ganar 2-3; es
Huelva; es no ser capaz de ir a la fuente a celebrar el pase a la final de Copa
del Rey por esos nervios que no se iban; es un autobús a Elche; es estar en el
Bernabéu y recordarlo como uno de los momentos más felices de tu vida, pero
sobre todo el Recre es mi recuerdo familiar, es mi padre.
¡El Recre somos nosotros y no lo
vamos a dejar caer!
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