16 de abril de 2009

Divino Tesoro

Para Pepe, por seguir manteniendo sus ojos llenos de juventud.


Siempre tuvo una mirada viva. Atento a lo que le rodeaba desde pequeño, preguntando a su entorno qué era lo que veía, olía, tocaba. Vestido con chándal y rodilleras que tapaban las vergüenzas de la ropa, corría, reía, goleaba rodeado de amigos traviesos pero justos, más o menos dicharacheros, inquietos, con personalidad propia pero leales.

No cabía el futuro, vivía el presente sin prestar atención a lo pasado. Estudiaba, sí, pero sin esfuerzo. Formaba parte del día a día ir al colegio con todos sus amigos para conversar, jugar, divertirse, estudiar y aprender.

Era feliz, pero recuerda la tristeza que se respiraba en el ambiente, la preocupación que notaba en los adultos. ¡Algo en Riotinto no iba bien! Muchas veces escuchaba en su casa los problemas que estaban surgiendo en la mina y también las vicisitudes de su familia hasta encontrar estabilidad, su lucha por encontrar la felicidad. ¡Pero entonces no sabía valorarlo!

Crecía, sintiéndose seguro y afortunado y con el Instituto y la Universidad no sólo le cambió la voz o la altura: Sus ojos vivaces, inocentes, infantiles, hablaban ya de energía, utopía, sueños, vitalidad, optimismo, alegría, justicia, solidaridad. ¡Ojos de juventud! Por el camino se quedaron amigos, compañeros, amores; algunos permanecieron y otros llegaron.

Se sentía fuerte, preparado, seguro. No obstante, pertenecía a “la generación mejor preparada de la historia de España”. Él había finalizado todo el ciclo formativo, superó todos los niveles y objetivos educativos y se notaba capacitado para formar parte de todas las discusiones y conversaciones, convencido, en la mayoría de los casos, que la razón estaba de su lado. Él era listo e inteligente y ¡tenía una carrera!

Pero abandono su oasis estudiantil, conociendo el continente laboral, y dejó a un lado su ego inicial. Era afortunado por tener trabajo, pero ¿feliz en ese trabajo? Creía haberse labrado un buen futuro pero, ¿qué estaba pasando?

Comenzó a entender lo que tantas veces escuchó y seguía oyendo. En esas conversaciones presentes y pasadas con amigos y familiares le narraban luchas, peleas, sufrimientos por un jornal, por una ilusión, por una vida mejor individual, familiar y del entorno. ¿Y qué hacía él? Callaba. Calla. Guarda silencio ante las injusticias propias y ajenas. Sigue siendo joven ,pero sus ojos hablan hoy de conformismo, pasividad e individualismo. Su infancia murió, y con él parte de lo que era su pueblo, y no hace nada para revivirlo o conservarlo.

No grita, no se hace escuchar, no pelea como aprendió de sus padres, pero aún es joven. Por eso, por no ser tarde, es posible que retome su energía, que su conformismo se convierta en lucha, su individualismo en solidaridad y compañerismo, su pasividad en vitalidad y alegría.

Volverá a formar parte de las utopías y sueños de juventud que hacen posible nuestra evolución constante.

Mario Benedetti en su poema “¿Qué les queda a los jóvenes?” nos lo explica, con seguridad, mucho mejor:

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
También les queda no decir amén,
no dejar que les maten el amor,
recuperar el habla y la utopía.
Ser jóvenes sin prisa y con memoria,
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros.

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
Les queda respirar, abrir los ojos,
descubrir las raíces del horror,
inventar paz así sea a ponchazos,
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar.

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
También les queda discutir con Dios,
tanto si existe como si no existe,
tender manos que ayudan, abrir puertas,
entre el corazón propio y el ajeno.
Sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente.



Imagen: www.catukun.com

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