EL MURO
No era de mucha altura
aquella muralla tosca
que separaba las casas
del resto de los vecinos
que habitaban en el pueblo.
Dos garitas custodiaban
las entradas y salidas
donde un guarda uniformado
instaba a los transeúntes
a responder a preguntas
sobre el lugar escogido
para dirigir sus pasos.
Desde fuera daba miedo
tan ni siquiera pensar
en repasar la barrera:
baluarte que confería
confianza a los de dentro
sin plantearse por ello
analizar su existencia.
Al salir de aquel amparo
protector durante años
era difícil andar
sin respaldo por la vida.
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