27 de septiembre de 2009

El conde (IV)

Autores: dos amigos.


Volvió en sí por un instante y escuchando a su, eternamente preocupada hermana, centró su visión en su amada biblioteca. Recuerda las reflexiones que le provocaron sus lecturas sobre Al-Andalus con el filósofo conocido como Averroes y las poesías de Ibn Hazm a la cabeza:

"Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles,
y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe.
Y es que aunque queméis el papel
nunca quemaréis lo que contiene,
puesto que en mi interior lo llevo,
viaja siempre conmigo cuando cabalgo,
conmigo duerme cuando descanso,
y en mi tumba será enterrado luego".

¡Basta! ¡Te lo ruego! Exclamó el conde justo en el momento que se levantaba de su confortable y personal sillón de enea. Es un nuevo reino de Taifa, es un nuevo de Taifa… balbuceaba dando vueltas por la amplia estancia. ¡Quizás aporte luz en este oscuro presente!

¿Quién? ¿Cómo? ¿Dices que los PROTESTANTES son una bendición? Jesús, ayúdame con este descarriado hermano que no solo no lucha contra los traidores de nuestra Santa Madre Iglesia si no que, además, abraza las obras herejes que conseguimos derrotar. Decía ella, con una voz que le ahogaba justo en el momento que se santiguaba.

No muy practicante soy, querida, pero si…

¿No mucho? Cortó secamente ella. ¿Desde cuándo no dejas entrar a nuestro santo sacerdote?

¡Ya sabes desde cuando! No atormentes mi alma con tan retorcida estupidez y permíteme que te pregunte si recuerdas la visita del Duque de Cádiz a esta casa y cuantos fueron los halagos que se le dispensaron. ¿Retienes también en tu devota mente las injuriosas palabras pronunciadas en esta casa al poco de marcharse el Duque? Si, no agaches la cabeza y hables en voz baja, así fuimos, así somos. Hoy son otros los poderosos y toman decisiones. ¿El abuelo consultó en alguna ocasión sus actos? Como yo, querida, sabes, sientes, que no todo fue bondad en esta casa.

¡Ay, mi loco hermano! ¿Cómo vas a…?

No, por favor, rogó él. Estoy ya muy cansado y añoro mi soledad. Si no es menester, por favor márchate.

Preocupada, obedeció, rogando a Dios que esta noche sí descansará y borrara de su alocada mente aquel, para ella, maldito 1865, año en la que la conoció. Bajando las escaleras miró a su alrededor y una imagen se proyectó: ¡Claro que recordaba la estancia del Duque de Cádiz en la casa¡ La complacencia de su abuelo casi le costó terrible enfermedad al ferviente carlista que fue su padre. Así que cuando el que posteriormente llegaría a ser esposo de Isabel II, finalizó la visita a tan dividida familia, dejó patentizada, con gestos, su nula virilidad que, acompañada de atiplada voz , motivó comentarios peyorativos hacia el noble huésped, pero aparte de esto…..!Se imponía la realidad¡: Ambos hermanos poseían mentalidades disociadas.

Así, en tanto circulaban por los caseríos las murmuraciones, comentarios y chismes, de más o menos gusto acerca del introvertido “señorito”, el “ama” tomó la determinación, de mutuo propio, para hacer frente al asunto de los humos que ponían en cuestión, no sólo intereses económicos de labradores y ganaderos de amplia zona onubense, si no, además –y esto lo sentía de forma lacerante- terminaría con la influencia y prestigio de “su clase”.

De manera que, informalmente, e intentando llevarlo a un terreno amistoso pero con fines exploratorios, concertó con la mediación de un amigo común, entrevistarse en Huelva, con el Representante de la “Rio Tinto Company Ltd”, (¡Dios¡ qué fatiguitas interiores le producía el odiado ente) Don Ceferino Parejo.

Este abogado, había sido condiscípulo de su hermano en la Facultad sevillana de Derecho y estaba reputado en la Capital como letrado muy hábil, respaldado por la influencia y poder financiero de su representada, a la vez que, versado en todo tipo de entresijos y embrollos jurídicos de los que, lógicamente, se servía en casos de pleitos, para salir airoso.

Celebróse pues la entrevista, en el despacho del Sr. Parejo, donde sólo unos cómodos sillones se libraban de soportar el peso de innumerables expedientes con legajos de todo tipo y cuyo parco mobiliario presidía una fotografía que enmarcaba el busto de un caballero de aspecto extranjero a cuyo pié, plateadas letras, lo identificaban como “Hugh Mackay Matheson, Chairman of The Rio Tinto Co., Ltd”.

Tétrico le pareció el lugar y, al reparar en la colgadura, no pudo reprimir el fuerte deseo (silenciado, claro está) de lo bien que se ajustaría al cuello “del Mr.Matheson” el cordel con la que Román ataba a las caballerías en los establos.

Tras las muestras de cortesía desplegadas por el Abogado hacia tan notable visita, de quien escuchó, muy atentamente, las quejas de daños por las mantas de humos, pasó a dar respuestas, con la pretensión de que fuese comprendida la necesidad de tolerar la continuidad, basándose en el derecho que asistía a la Sociedad que representaba y, no olvidando incidir en la reciente opinión del catedrático, D. Ricardo Becerro de Bengoa, coincidente con distinguidos profesionales de la medicina, en el sentido de que el contenido sulfuroso expandido en el aire por los repetidos humos, era altamente beneficioso para la salud.

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