28 de septiembre de 2009

El conde (V)

Autor: un gran amigo.


Tempranamente “el ama” ALICIA, -pues ese era su nombre de pila- acudió a la entrevista, con propuestas que creía cabales para conseguir conciliar vitales intereses.

Por eso argumentó al letrado, lo que a su parecer podría ser razonable solución: ¿Por qué no se vertía agua, cuando saliese mucho humo, sobre los montículos de mineral –las teleras- para evitar que se expandiesen tanto? Don Ceferino la miró atónito y, con presteza, valoró la inocente sugerencia a la que, con un punto de sarcasmo, respondió: “Dª Alicia.., ¡Lo sentimos¡ pero ese procedimiento sólo es utilizado en el campo para obtener el picón a emplear en el encendido de braseros”.

Poco o nada que más hablar. Todo quedó en cortés despedida y encomendar, por parte del antiguo compañero, transmitiese cordiales expresiones a su hermano. Alicia, prometió lo haría.

Envarada y con altiva mirada, tomó el camino de regreso, con la determinación de que “su guerra” sólo había comenzado. En la estación de Buitrón, apeada del tren, montó en la calesa de su propiedad, que puntualmente aguardaba en las cercanías de la estación, para llevarla a casa.
A su llegada ningún sirviente pudo intuir lo que “el ama” traía interiorizado.Ni la fiel doncella Rosini, depositaria de ocasionales confidencias, no siempre prudentes, observó nada anormal en Alicia que, ataviada con bermejo traje de visita en el que destacaba el trasero polisón tan de moda a finales del XIX, bocamangas de encaje y cerrado cuello, del cual pendía doble vueltas de cuentas de azabache, complemento de bolso repujado a juego con botines y, aún a una edad “prudencial”,. su presencia quedaba realzada con el desplegado quitasol que sombreaba imperceptible rictus de boca.

Su estrategia inicial –(la traía muy meditada)- para aplicarla contra la RTCL, su Mr.Matheson, su Abogado, sus escoceses e ingleses juntos, sus infernales teleras, sus máquinas de vapor, sus barrenos y toda la jauría, protestante y sin protestar, que no podrían resistir al baluarte de oposición que ella iba a erigir y comandar. Ella, y las aliadas con las que estaba segura, contaría.

Todo lo pondría en marcha, mañana, a más tardar, si Dios lo permitía

Había sido una noche de completo insomnio en la que, al margen de lo que constituía su principal preocupación, tampoco ayudaba a conciliar el necesario descanso la deseada tibieza que hubiese podido prestarle, entre sábanas, una varonil compañía….

Alicia, bajó al comedor y, tras frugal desayuno, pasó a la estancia de su hermano, donde como era habitual, lo halló inmerso en sus voluminosos libros de Ciencias, Geografía y demás materias en las que ella misma no estaba versada. Al desearle pasara buen día y transmitirle los recuerdos que enviaba D. Ceferino Parejo, -compañero de estudios al que apenas recordaba- él retomó el examen de sus complicados tratados, sin preocuparse de algo que no fuera lo que tenía en sus manos y ella, una vez más, prescindiría de él.

Así, “el ama” volvió a sus ocupaciones cotidianas impartiendo órdenes a su capataz y sirvientes de la casa, concediéndose suficiente tiempo para organizar lo que iba a constituir su futuro “leit motiv”.

La primera entrevista de la mañana, la emplearía ¡con quién, si no¡ mejor que con D. Andrés, el virtuoso sacerdote, párroco y confesor de pías damas, las cuales se desvivían invitándole a sus bien servidas mesas para que, entre bocado de capón y trago de buen tinto, las aconsejase cómo debían practicar la caridad cristiana, socorriendo, tal como en ocasiones lo hacían, con unas perras gordas a los pobrecitos necesitados, sin olvidar que lo sobrante en las abundantes mesas fuesen aprovechados por quienes de ello tuviesen necesidad. ¡Ay, Dios, cuanto sentía ella no poder invitar, a casa, con la asiduidad que desearía, al buenazo de D. Andrés¡. ¡Todo por culpa de este hermano, tan desviado de la realidad por mor de sus zarandajas intelectuales¡ En fin….

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