16 de abril de 2010

El conde (XXIV)

Autor: un gran amigo.

Aunque para hacerse una idea acertada de lo ocurrido en la Mina le habría bastado a Alicia con el relato de Román, fue tan fuerte aquello que, si bien las consecuencias más dolorosas del suceso las sufrieron quienes dejaron sus vidas en el frío suelo de la Plaza, era de tanta gravedad que se hicieron eco, no sólo los medios escritos, si no que, como no podía ser ocultado, se promovieron prolongados y escandalosos debates en el Congreso de Diputados.

La intranquilidad que vivió la zona, a partir del día siguiente a lo que, a todas luces, constituyó una alevosa masacre perpetrada por fuerzas del Ejército, en el que recayó el oprobio de haber perpetrado tan singular barbarie contra el pueblo del que se nutrían sus propias filas, se sumó la persecución, por las fuerzas del orden de quienes, de alguna manera, se significaron en la manifestación, incidiendo tal actuación, en descubrir el paradero de dirigentes, como pudo ser, -valga el ejemplo- el cubano Tornet, huido en confusos momentos, de quien se suponía, obtuvo oculto refugio en Zalamea y podía escapar a Portugal.

Los registros en casas del distrito abundaban, motivo que no preocupaba demasiado a Alicia, pues le constaba que era tenida, por la autoridad competente, como “persona de orden” y, consiguientemente, fuera de toda sospecha. Privilegiada situación que utilizó
para ampliar y ponerse al día, de los iniciales comentarios facilitados por Román.

Sin prescindir de su diaria misa, oída la cual, otras “señoras de su nivel” aportaban flecos del luctuoso suceso acaecido en la Mina, visitaba a “personalidades de su confianza” y leía periódicos como “El Socialista”, “La Nueva España”, etc.

Sería prolijo detallar todas las referencias de las que ella pudo disponer e incluso, prudentemente, (su interés lo aconsejaba) silenció los casos de heridos en el tumulto que, curados en sus casas de Zalamea –al igual que otros en Nerva- trataban de evitar castigos de variada clase.

Por su parte, la Compañía recurrió a despidos indiscriminados, prescindiendo de obreros simpatizantes del anarquismo ó, simples lectores de “El Productor” (editado en Bna) y “El Socialismo” (Cádiz). En tales casos, el despido conllevaba, además, automática rescisión del contrato de casa y, al no encontrar trabajo, marchar del distrito.

De cualquier forma, la tragedia acaecida en Río Tinto, en el repetido y aciago día, alcanzó un punto de inflexión que marcaría el futuro inmediato de la compleja sociedad de la que entonces se componía la zona. Por un lado, la Compañía inglesa propietaria de los yacimientos mineros, salió indemne salvaguardando sus intereses, aunque acumulando no poco rencor sobre su identidad, pero siempre alardeando de su poderío, como quedó demostrado al ignorar la prohibición de las calcinaciones, decretada por el ministro Albareda que, poco tiempo después de la promulgación de dicha disposición, se anulaba en términos vergonzantes, para el Gobierno de la Regencia.

No paraba ahí el “provecho” que el evento le deparó pues, en lo sucesivo se incrementaría su intervención, más o menos disimuladamente, en la política local que complementó, con la que sus pagados representantes en el Congreso, ya lo hacían en niveles superiores.

En cuanto a las consecuencias de dicha intervención, se tradujo en ocupar amplias parcelas de poder, desplazando a los antiguos caciques y significados propietarios de bienes raíces que, por razones sencillas y culpables causas, estaban abocados a desaparecer.

De otra parte, la masa obrera nunca cerró la herida abierta en la Mina, haciendo imposible se cauterizara tras tanta muerte y sangre vertida. El rencor anidó en ella y, si bien no se manifestó abiertamente hasta 12 años después, las secuelas siempre existieron. Aunque en el transcurso de los años cambiaron los políticos y los Gobiernos, ninguno obtuvo el apoyo y/o la simpatía de un pueblo defraudado con sus sistemas y maneras de proceder.

2 comentarios:

  1. ¡Cúanta verdad en esta historia! Muchas gracias amigo por seguir contándonosla.

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  2. SOBRE RIO TINTO

    Desde el principio entendí que este foro se abrió para exponer en él diferentes casos y cosas de Rio Tinto, incluida su historia, tema éste último que algunos hemos aprovechado para aprender atrayentes narraciones de un pasado que protagonizaron nuestros mayores.
    Comprendiendo, además, que un foro se enriquece con todo tipo de intervenciones, siempre que las mismas que a él acuden sean respetuosas y, con idénticas condiciones debatidas, parece claro que aún admitiendo esto, la intención prevalente fue todo lo que a dicho lugar concernía.

    En línea con lo que antecede y, asumiendo mi propio desconocimiento, he procurado desde tiempo, inclinar mi atención, como cualquiera de nosotros, a escudriñar sucesos y personajes que conformaron el devenir de tan entrañable tierra.
    No es de extrañar, pues, que donde quiera hallare alguna mención a ella, la vista quedase detenida, sin escatimar tiempo. Esto ocurrió, cuando la ocasión propició la lectura del libro, “DESCUBRO Y DENUNCIO” (Editorial Plaza y Janés, -1984- cuyo autor es el aragonés, Eliseo Bayo) y donde en sus páginas 259 a 261 se cita, en más de media docena de veces, la denominación de Rio Tinto, no como toponímico, pero sí utilizando su denominación para relacionarlo con Empresas y personajes que, en diferentes épocas gestionaron las Minas y/o sus intereses, comúnmente interrelacionados con el negocio minero.

    Si sorpresivo fue el hallazgo, no menos sorprendente su contenido, ya que recordando la ilustre identidad que en diferentes escritos y libros, a ellos se les reconoce, incluso a nivel internacional, contrasta con lo plasmado en este otro volumen que vierte las conclusiones del investigador norteamericano Jeffrey Steinberg, en asunto tan reprobable y detestado como el tráfico de drogas.

    Si bien en determinados puntos, puede carecer de rigor histórico, -pasajero- quizás sea sugerente, por otra parte, considerar con remarcado escepticismo, gran parte de las graves acusaciones sostenidas por el Sr. Steinberg , las cuales, personalmente, me resisto a dar crédito ante la ausencia de irrefutables pruebas (tal vez reservadas por el “denunciante” -?-) y sólo fundamentadas en lazos familiares, en la mayoría de los casos.

    Como quiera que el contenido del artículo, con los personajes que se citan en el libro, puede resultar extenso, dejaré para posterior ocasión transcribirlo, dependiendo compruebe si existe o nó interés en su seguimiento.
    Saludos.-
    P. Real

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