20 de noviembre de 2010

Brindis



Mira el televisor por el que paga por horas, mientras que sus compañeros de habitación no dejan de cambiar. En una de sus miradas al aparato ya no tan furtivas como antaño, un programa rememora el siglo XX español. El pasado del país, paralelo al suyo propio. Observándolo cae en la cuenta del tiempo y su paso inalterable. Da igual que lo haya hecho bien o mal, por obligación o por pasión, con fuerzas o sin ellas, el tiempo sigue su camino sin llorar por quienes deja atrás.

Agradece estar lúcido aún para recordar sus momentos, sus instantes, sus gustos y olores. Sensaciones en su mayoría compartidas por toda una generación. En su mente llegan imágenes de una casa pegada a un huerto, o un huerto sujeto a una casa. De animales (bestias llamadas por su padre) que entretienen y alimentan. De una escuela donde volaba su imaginación. De unos sueños truncados por un grito, el llanto de su madre y una desaparición eterna. Fotografías de un padre que no volvió, de una guerra entre hermanos que nunca –ni ahora- entendió. Instantáneas de hambre, de represión, de cárcel, de pantanos, suecas y alfredos landas. De miradas veloces a la mujer más bella jamás vista que fueron devueltas clandestinamente por ella. De boda, nacimientos y comuniones solemnes.

Recuerdos de felicidad enjaulada puesta en libertad finalmente un 20 de noviembre como el de hoy. En su álbum mental siempre estará en lugar preferente la botella de champán que guardaba y con la que brindó hace ahora treinta y cinco años.

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