21 de septiembre de 2012

Las estrechas y terribles calles de la ciudad se iluminaban (V)

En muy poco tiempo pasaremos a otra frase en el juego de relatos, pero mientras tanto, seguimos con aquellos que lleven incorporado el título de este post. 

Autora: Cinta Gómez


Las estrechas y terribles calles de la ciudad se iluminaban a su paso. “Levantarse antes de que salga el sol es antinatural... ¡ningún animal lo hace!”, pensaba mientras se ajustaba la chaqueta todo lo que podía y se colocaba la bufanda para taparse la boca. El frío, a esas horas de la mañana, cortaba el aire, helaba hasta los sentidos y ella que era una chica de ambiente cálido se sentía paralizada e indefensa.

Como cada día, cogía el metro de las 7:30 horas, cuyos pasajeros, pálidos y ojerosos, no emitían ningún sonido: el silencio reinaba en todo el vagón. “¡La parte positiva es que siempre hay asientos libres!”, se consolaba mientras sacaba su agenda del bolso. “Veamos”. Repaso a las tareas del día, organización mental, entrando ya en calor. Se quitó el gorro de lana y la bufanda.

Dio un barrido visual al panorama: un señor de traje y corbata leyendo el periódico, una señora de mediana edad dormida en su asiento, un chico joven con un mono azul de trabajo... “Parece que ninguno de los que estamos aquí vamos al INEM”.

Después de cuarenta y cinco minutos de viaje, con sus respectivos transbordos, llegó a su parada de destino. De camino a la oficina: “¡Qué grande es esta ciudad! ¿Cómo puedo estar trabajando en la otra punta? Cada día invierto más de dos horas en traslados. Esto no es vida. La gente en los pueblos es más feliz, está menos estresada, disfruta de los pequeños momentos de la vida. ¡Pero a mí no me da tiempo! Sumemos: jornada laboral de ocho horas, dos de desplazamientos, siete de sueño, tres de comidas, dos de obligaciones domésticas... ¡¡¡¡Sólo tengo dos horas de margen al día!!!! Esto no puede seguir así...”

Encendió el ordenador, se quitó la chaqueta y se sentó en su puesto.  Tras un buen rato comienza a llegar el resto de compañeros.
“¡Buenos días!” “¿Qué tal?” “¡Buenos días!” “Bien. ¡Qué bonito abrigo!” “Gracias, fue una ganga.” Sonidos de dedos en las teclas, impresora, teléfono.
Una voz le sobresaltó en su espalda: “¡Venga! Vamos a por un café”.

- Estoy cansadísima. Tengo que replantearme buscar un piso por aquí cerca.
- ¡Buf! ¿En esta zona? No hay casi nada, es muy industrial.
- Sí, pero tengo que tardar menos en llegar, es que pierdo mucho tiempo.
- Ya sabes que si vinieses desde mi zona, te traería en mi coche.
- Lo sé... ¡Venga! Volvamos.

Estuvo distraída el resto de la mañana. Pero afortunadamente llegó la hora de volver a casa.

De camino al metro: “Lo tengo decidido. Me voy. La vida se me pasa y ni siquiera me doy cuenta. Cada día es igual al siguiente. Quiero cambiarlo. ¡Voy a cambiarlo! Mañana lo arreglo todo y me voy a una ciudad más tranquila.”

Se duchó, cenó y se acostó con una sensación muy agradable. Había decidido cambiar su vida y eso le hacía sentirse feliz y valiente. Se durmió imaginando la nueva vida que construiría a partir de entonces.

6:30 h. de la mañana. Despertador. “Levantarse antes de que salga el sol es algo antinatural... ¡ningún animal lo hace!”. Se levantó, se enfundó en su bata y se preparó para otro día de trabajo.

1 comentario:

  1. Un relato que habla del conformismo y en el que muchos pueden verse reflejados, incluso un país entero. ¡Enhorabuena Cinta!

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