Hoy te acercas a
las minas de Riotinto y escuchas un silencio triste. Y no son las preocupantes
voces calladas de hoy las que me ocupan ahora, si no los susurros de un pasado
cada vez más lejano. Sonidos de máquinas envidiables y verdaderas chatarras,
gritos de hombres admirables y también de auténticos maleantes. Todos forman
parte de esta historia que no podemos perder.
En ese ruido,
sobresale el del sufrimiento, físico y mental, sobre todo en momentos
especialmente tensos como los de 1920. A partir del 2 de julio de ese año se
inicia una huelga general que perduró en nuestro recuerdo minero. Un movimiento
localista, dirigido por y para los trabajadores de la poderosa Riotinto
Company. En ella, como muestra Arenas Posadas en su obra “Empresa, Mercados,
Mina y Mineros. Río Tinto (1873-1936), los huelguistas “abominan de
aquellos que, erigiéndose en directores de derechas o de izquierdas, quieren
hacer de esta huelga un instrumento político”. Ideas que no podemos
permitir caer en el olvido, frases de un pasado que nos ayuda a estar alerta y,
por ello, debemos recordar y extender continuamente.
En ese año se
intentaron derribar los cimientos del poder empresarial, entre los que se
encontraban las jubilaciones, los traslados, la asistencia médica o la jornada
laboral. Se luchaba contra el hambre: el hambre pasado, el hambre presente y el
hambre futuro. Y es que a partir del 2 de julio, esa sensación era el
Kalashnikov de la empresa.
Mi objetivo hoy
no es detallar las características de dicha huelga, básicamente porque no estoy
preparado, si no mostrar, aunque sea levemente, el poder y el sudor, el cinismo
y el sufrimiento. Para ello, son de gran utilidad dos artículos publicados en
el diario “La Provincia” en septiembre de 1920. En el primero, titulado “Huelva
la Buena” de 25 de septiembre, Manuel Siurot reflexiona:
“Don
Salvador Moreno, culto y simpático miembro del comité de la huelga de Río Tinto
en nuestra capital, me invita (…) a poner en acción el propósito de dar de
comer a los niños de los huelguistas de Huelva. (…).
Estos
empleados y obreros de Huelva han dado un ejemplo de admirable fraternidad,
preocupándose antes que nada de los niños de Río Tinto y Nerva.
Y ahora,
(…), este trabajador onubense vuelve los ojos hacia su propio hogar, y al ver
el hambre y la miseria retratadas en la pálida frente de sus hijitos, le nace
en el alma un gesto, que tiene los divinos relieves de la razón herida por la
desgracia, fundamento de su derecho a pedir que demos de comer a las pobres
criaturitas.
(…) No me
dejará sólo, por que no me dejó nunca, cuando le pedí para las grandes
necesidades y esta de ahora es la más horrible que azotó nuestro pueblo.
Día llegará,
no muy lejano, en que un viento de paz sustituya al huracán de la soberbia y
entonces Huelva la buena, la trabajadora, la honrada, respirará a pulmón lleno
la satisfacción de haber cumplido su deber. (…)”
Cuatro días más
tarde, se publica una carta de Walter Browning, Director General de la Riotinto Company:
“Hecho cargo
de su artículo (…), tengo el gusto, como particular, de remitir a usted la
cantidad de 2000 pesetas, rogándole atentamente las reciba como donativo para
la suscripción a que se dirige el antes mencionado artículo, cuya eficacia más
completa deseo muy de veras (…)”
Esos niños a los
que se refiere M. Siurot son los hijos de los obreros de la Cuenca Minera que,
debido a la presión ejercida por la empresa, con el apoyo que recibe del
gobierno de Dato (casualmente accionista de la compañía británica), se ven
obligados a emigrar temporalmente a Madrid, Sevilla o Huelva y ser acogidos por
compañeros y asociaciones. Y esa es la personalidad del conocido Mr. Browning,
la forma de actuar del lobby económico más poderoso de su tiempo: la Riotinto
Company Limited. Huelga decir que esas hipócritas dos mil pesetas no fueron
aceptadas y que esta batalla se perdió.
Gritos rabiosos
de muchos y caudalosos de algunos son los que aún colean. Cobos Wilkins comentó
en una ocasión que de un pasado de dolor, nace un futuro de esperanza. La
esperanza permanece, pero sólo respetando nuestro pasado y recordando nuestros
sonidos podremos alzar la voz por lo que dimos, por lo que fuimos y por lo que
somos y daremos, evitando así, un silencio sepulcral.
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