9 de abril de 2013

La azotea


Se subió a la azotea, aquella donde no corre la brisa y el tiempo no pasa, para, como siempre, contemplar desde las alturas y a la distancia tranquilizadora, el río Olvido -no precisamente el Guadalete- en el que naufragan el color, el saludo y la sonrisa. Su sinuoso camino, antes bello y caliente, domina la tierra colonizada por el color negro absoluto y el gris amenazante.

Respirando el aire puro, con el corazón oxigenado, intenta recordar en qué segundo el pintor se equivocó con la paleta.  ¿O es un sueño? Será cierto, como cree, qué en algún momento el color blanco era el dueño o su imaginación, una vez más, utilizaba malas artes.

No necesita prismáticos para palpar la seriedad, la competitividad, los sueños no cumplidos. Sin esfuerzo escucha la desconfianza, la sinrazón, la soberbia, la desigualdad, la incultura, el victimismo, el miedo. ¡Ay! ¡El miedo! Ese dictador que esconde lo realmente importante  y no permite que se  disfrute el día a día. Que nos muestra el vaso sin contenido o medio vacío, cuando la realidad es justamente la contraria. Con su naturaleza tenebrosa, engaña y como gran jugador de póker que es, lanza un farol tras otro que le hacen disfrutar.

Y es el miedo individual, el que acompaña desde el nacimiento, el más poderoso de todos. Y es verdad que existen otros miedos generados por el colectivo, por la sociedad;  fomentados en la educación y el contacto, pero esos no llegan a generales. El que ordena y manda es el que sale de dentro y  domina con el mínimo detalle. El que no permite la felicidad y silencia las buenas noticias.

Cuando pasea cerca del río o corre rodeado por el humo susurra, comenta, grita: “¡abajo el dictador!”, pero pocos le escuchan. Hay mucho ruido allí abajo. Un ruido que ciega. Se desespera, se desilusiona, se enfada y siente como el río Olvido, siempre hambriento, quiere, necesita un náufrago más.

En ese instante sube a la azotea y se recupera, sana, sonríe. Estudiando su exterior –y su interior- coge fuerzas para volver a empezar en su lucha contra el dictador que dirige con mano de hierro el horizonte, sin necesitar más tiempo del necesario.

Positivo, respira, mira, reflexiona, lee y escribe en tercera persona, esperando no parecer un farsante.



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