-Son 12, 60 monedas de estaño –dijo
mecánicamente, sin entusiasmo ni pasión, mientras observa el último anuncio
publicitario que ha contratado en televisión.
Apoyado en la barra de la
lavandería “Prometeo”, odiaba cada momento, cada gesto, cada palabra que
pronunciaba, cada trabajo que terminaba. Odiaba hasta el nombre del
establecimiento. Un odio que emergía desde lo más profundo de su ser, de las
entrañas de un dios que casi había dejado de serlo. Estaba cansado de lavar,
cansado de que los usuarios se multiplicaran a cada segundo. Cansado de la
eternidad.
Anhelaba ser un cliente más y
utilizar los servicios que la lavandería ofrecía, para así ser perdonado por su
padre y dejar ese castigo cruel, humillante, infinito.
Hijo de Zeus y Pandora, deseó el
poder absoluto de su padre. Había luchado por la supremacía de los dioses, el
dominio del Olimpo. Derrotado, fue condenado a vivir como un humano y eliminar los
sentimientos negativos en la humanidad.
-¡Seres insignificantes, caducos,
miedosos! Qué rápido finalizaría todo si me permitieras utilizar mi divinidad.
Qué fácil sería si no es porque me exiges que los convenza, los adule, los
anime al cambio sin eliminar su voluntad individual -masculla entre dientes
mientras los observa.
Las palabras de su padre
resonaban en su mente una y otra vez, como un martillo al golpear el acero: “No
volverás hasta que hayas completado tu cometido”. Mientras tanto, continuaría
en una lavandería que no para de crecer; permanecería, solo, en un lugar cada
vez más oscuro, tenebroso, ruidoso e interesado. Un mundo donde por más que lo
intente, Caín es el rey, el modelo a seguir.
Él creó esos sentimientos, esa
mentalidad, esa manera de entender la existencia y él debía acabar con ellos.
En esa lavandería tenía como objetivo suprimir la verdadera suciedad del
hombre, la genuina, la propia, la natural. Como Sísifo en su lucha constante
con la roca y la cima, luchaba contra la realidad perenne, a sabiendas de su
fracaso diario.
Su condena: lavar el egoísmo, la
ambición, la maldad, la incomprensión, la desigualdad, el desinterés, las
interpretaciones, la mentira, la pereza, la falta de empatía, las miradas de
reojo.
Un objetivo que ya sabe, jamás
alcanzará.
- Son 12, 60 monedas de estaño –
dijo mecánicamente, sin entusiasmo ni pasión.
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