Desgarros infinitos en tamaño y
forma he sufrido por la salitre y el duro trabajo. Desgarros que Carmen
remendaba en el muelle con rapidez y soltura mientras cantaba fandangos de
Huelva entre suspiros y rezos. Hilos,
tijeras y agujas perforaban mi piel de algodón mientras Carmen, moño, pañuelo y
labios pintados, soñaba con caricias y besos que estaban en alta mar.
Hoy, abandonada en el muelle, no
olvido la noche de las tormentas, las maldiciones, los llantos y el desgarro.
La noche en la que Carmen, mi Carmen, se convirtió en un barco a la deriva.
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