Además de la parodia y
el piropo, en el carnaval encontramos un vehículo para expresar sentimientos
que llevamos dentro y que necesitamos gritar con la máxima energía posible.
Sobre todo sentimientos personales que son compartidos por todos los que te
acompañan en el grupo. Eso es algo que siempre hemos llevado a gala en nuestra
chirigota, también cuando hemos hecho comparsa: lo que se canta lo sentimos
todos; si escribimos en primera persona lo hacemos como recurso literario, pero
siempre que en alguna de nuestras coplas escuchen un “Yo” entiendan un
“Nosotros”.
Realmente sí hay un
pasodoble escrito en primera persona, pero que cantamos con el corazón. Un pasodoble
escrito por un hijo a su padre. Un padre muy especial, claro. Un pasodoble de
Saúl al gran Manolo Narbona, amigo de todos, el mejor concejal de cultura de la
historia de este pueblo y un profesor que dejó una huella muy profunda en todos
sus alumnos, entre los que tuve la suerte de encontrarme. Cuando Manolo nos
dejó yo ya era profesor de historia en un colegio de Valverde que es como mi
casa, con unos compañeros que son mi familia, con unos alumnos que quiero y
acompaño cada día. Sin Manolo, yo no hubiera sido historiador, no hubiera sido
profesor de historia en ese colegio de Valverde tan mío.
¿Para
qué sirve el carnaval? Para pedirle a mí amigo del alma que
cante otra vez ese pasodoble. Lo demás viene solo.
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