24 de diciembre de 2009

El conde (XIV)

Autor: un gran amigo.

Quizás, o, sin quizás, en medio de sus cavilaciones y dudas, percibía que una de esas incógnitas había sido ya resuelta por el destino y, sólo el tiempo, tan inexorable en su discurrir, se encargaba de modelar.

Evidentemente, el mundo andaluz en el que se hallaban, estaba mutando vertiginosamente y, trastocaba el caciquismo imperante del XIX por otro sistema, no menos injusto, nacido de la Revolución Industrial, en el mismo siglo.

Falto de fuerzas, por la irreparable pérdida que le supuso la desaparición de su amada Rosario quien tantas noches, con juvenil pasión, se entregó a él y fomentó, igualmente, a diario, su inmersión en páginas literarias muy diferentes de los estudiados textos de leyes que fueran base de su carrera, incidieron en esa abulia en la que estaba prendido.

Náufrago de Rosario, cual preciosa goleta, cuyos rubios cabellos flotaban con el suave viento del Oeste onubense, imprimiéndole tonos dorados, semejantes a graciosas y tostadas velas, impulsoras de indeterminado recalar, sólo le quedó de ella su presencia etérea y la viva presencia de los libros que un día acariciaron sus delicadas manos y, entre los que ocupaba preferente lugar, por proceder de la amada cabecera, “El manifiesto Comunista”.

La melancolía y madurez apreciada en él, dejó indeleble huella el paso de aquel fuego que en su juventud prendió Rosario y que, con la desaparición de tan querido ser, con ella marchó. No obstante, permaneció el recuerdo de los días compartidos donde, en cada uno de ellos florecieron rosas, con total ausencia de espinas, dejándole fuerte poso de comprensión hacia sentimientos ajenos.

Fue el reactivo de ese intangible sedimento el que le hacía observar, con mezcla de complacencia y asombro, los contradictorios giros que hacían mover a su hermana, rememorándole pretéritos tiempos por los que él mismo atravesó.

Así, el día en que ella le hacía probar, en la misma biblioteca, larga levita de grueso paño, entró una sirvienta anunciándole a Alicia el regreso de Román, desde la Mina, con pretensión de rendir cuentas de la leche y precisando la necesidad de hablar con la Señora.

Inexplicable azoramiento experimentó la requerida saliendo de inmediato de la estancia, olvidando desabrochar la prenda de vestir al sorprendido hermano. Este, una vez superada la interrupción, pareció aliviado y, despreocupadamente, volvió a sus habituales aficiones. Poco o nada le interesaban entonces las levitas ó inevitables chalecos…

Totalmente contrario fue el comportamiento de Alicia. Apresuradamente, recorrió los pasillos de la casona para encontrarse con Román en la habitación, donde con intensa luz natural, solían despachar los asuntos de la hacienda. En esta ocasión, la entrega de cuenta por la venta del producto, apenas ocupó unos minutos para el recuento de las monedas de cobre y otras de plata, en cuyos anversos aparecía el busto de D.Alfonso XII para, tras ello, de manera pausada contemplarse, gañán y señora, espaciando intervalos, señora y galán, sin que ninguno se diesen prisa en comenzar la charla, ya ajena al negocio y. por la que el “ama” se interesaba sobre el acontecer de la Mina. Pero… ¿es que la impaciencia por estar al día en el discurrir minero, siempre referido por Román, era menos importante para ella, ahora, que detener, sin escasez de tiempo, el intrascendente examen del joven asalariado?

24 comentarios:

  1. No consistía, exactamente, en reprimir la impaciencia por ser informada. ¡No¡. No decaía su interés por las noticias provenientes de Rio Tinto pero, ,,,,tal vez, fuese la inexplicable sensación de inquietud y desosiego, a la vez, que le transmitía en sus relatos, desgranados con lentitud y tosca naturalidad, el mensajero/confidente que ya era Román. A menudo se preguntaba: ¿Es sólo eso?
    Invitó a sentarse al joven mozo. Tras la deferencia concedida, él sabía que esperaba sus comentarios, de modo que, con la tranquilidad de saberse atentamente escuchado, comenzó:
    “Verá, Señora: Ayer tarde , después del despacho y de abrevar a las bestias, pasé a la panilla del Tani, allá por la calle Sanz y, entre otros individuos que estaban bebiendo aguardiente en una liara, había un inglés que, según dijo, era más bien escocés, despotricando de la Compañía a la par que bebiendo incansablemente, mostraba a quienes supieran leer un papel donde (según Rogelio Benito) que es el único que de los allí reunidos sabía leer, decía cosas muy raras en una lengua que nadie conocía pero que posiblemente era inglesa. El tal Rogelio, alcanzó a leer sólo 3 palabras, pero sin acertar en su significado y creyendo era un certificado , para ir de médicos. Dijo que aquellas ponían:
    -Dismissed for drunk-
    Aquel extranjero, que hablaba chapurradamente nuestro idioma, con recia voz. contaba algo así, como que no podía ir a trabajar porque el Director de la Mina, Mr. Prebble no quería darle labor por haberse casado con una joven española. Además, ¿No lo estimaba el Jefe de la Corta por ser un buen shaftman? Pero, claro, este no podía oponerse al superior. Insistía en que nada tenía que ver lo que expresaba el papel con la causa real de su no readmisión en la Compañía, aunque él a nadie explicó que decía lo escrito.
    En un estado en el que apenas se sostenía en pié, se dirigía al Tani, (parecía que era quien mejor lo entendía, posiblemente por sus habituales visitas al establecimiento de bebidas) apostillando, tan pronto tuviese oportunidad, hablaría con Mr. Hugh Matheson, que era el manda más de la Mina y le expondría la injusticia cometida con él. No en vano, era paisano que además de haber sido quien lo contrató en Edimburgo para trabajar en Rio Tinto, poseía un fuerte sentido de la protección hacia sus compatriotas.
    Lo había visto, junto al Rey, en la visita que éste había hecho últimamente a la Mina, pero no consideró el momento oportuno para abordarlo. Demasiados caballeros trajeados y muchos militares con medallas y bandas componían el séquito entonces. Tampoco la Guardia Civil ni los Guardiñas de la Compañía hubiesen permitido se acercase.
    Cuando más acalorada era su exposición, entraron en la panilla dos guardiñas de la Compañía, armados con tercerolas y pillaron al escocés, cada uno por un brazo y se lo llevaron a la estación de El Coso. Dicen que, sin más explicaciones, lo metieron en el tren que salía para Huelva.
    Joselito, uno de los criados de Mr. Prebble, dijo, cuando todo se había tranquilizado, que el tal Mr. Matheson, era un pez muy gordo y demasiado serio quien, posiblemente, aprobaría lo determinado por su subalterno. El sirviente, para darse importancia ante el auditorio de la taberna, se extendía en variados comentarios, como el que sigue:
    De manera estoica, Matheson, presenció la petición, que de rodillas ante el Rey, hizo una pobre mujer al Soberano y que consistió en solicitar su gracia, a fin de que fuese indultado de prisión, su único hijo, penando haber agredido con faca a uno de los capataces ingleses, en la Mina, resultando aquél, gravemente herido”.

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  2. Aquel sirviente, Señora, continuó con su charla y todos los parroquianos de la panilla, entre trago y trago de aguardiente, la seguían con tanta atención que, hasta el más entusiasta de ellos, puso en la mano del Tani una perra gorda de 10 Céntimos para que escanciase una copa al dicharachero doméstico.
    Sabiéndose “bien untado” con el dulce sabor de la manguara, prosiguió:

    “Quienes han salido muy bien parados de la visita del Rey han sido el marido de la Sebastiana .( Sí, aquella gallega de Orense, que cada año trae al mundo un crío y ya, con el que viene, se junta con 10). No recuerdo el nombre de su marido pero ella barcalea en la Corta, aún estando “preñá”.
    El otro es Manué el “Tiriti”, fogonero de la máquina que conducida por Mr. Lagdon, trajo el tren donde llegó, desde Huelva hasta la Mina, al Rey y su séquito.
    Pues nada más que por entrar el Rey en las casas que habitan, que son de la Compañía, ordenó le diesen a cada uno allá como unos 200 reales que es, real arriba o abajo, el cambio de ₤5. ¡Casi ná¡
    Cuando la Sebastiana, se enteró del donativo real, se tiró de rodillas ante D. Alfonso, sin que le pesara la barriga y comenzó a darle besos en la mano de manera que, cuando el Rey la retiró, parecía que su anillo brillaba con más intensidad…..
    ¡Anda, que no salió contento el Rey de aquellas visitas¡. Le comentó a un ayudante suyo, que es coronel, título del reino, al que oí referírselo a otro señor, mientras cenaban en la Casa Grande, lo sorprendido que estaba el monarca por los bienes que hacía la Compañía a sus trabajadores. Decía que aquellas casas tan bien distribuidas con ventiladas habitaciones, podían hospedar a 3 o 4 personas en cada dormitorio y a modesto alquiler. Debidamente encaladas, eran todo un goce para los mineros, que al regresar de jornadas de sólo 12 horas de trabajo, encontraban merecido descanso.
    No sólo de ese beneficio disfrutan es que, además, mi “amo” Mr. Prebble, le había dicho al coronel, la intención de la Compañía de abrir Almacenes donde sus trabajadores, a precios reducidos, pudiesen obtener desde aguardiente, tabaco, tocino, patatas, bacalao, zarzaparrilla, etc. Es decir, lo más frecuente y sano para el consumo de sus obreros,
    Las buenísimas intenciones de la Compañía no paran ahí, pues ya está en fase de construcción un gran Hospital en el Alto de la Mesa, para atender prioritariamente, a los trabajadores que, desgraciadamente, por sus escasas precauciones en los tajos, se lesionan, dando lugar a frecuentes amputaciones de brazos y piernas ó con fuertes traumatismos craneales, que aún intentando remediarlos, sin conseguirlo, son conducidos al cercano Cementerio tras la autopsia,, distante unos 200 metros.
    Ni aún en ese triste momento, la Compañía se desentiende del desgraciado obrero y facilita un sólido ataúd de pino construido a sus expensas en taller propio. !Todo un humanitario ejemplo¡
    En tanto llegará de Huelva el Dr. John Sutherland Mackay (no sé si habrá que llamarle en cristiano, D. Yon ó D. Juan, ya nos lo dirán) está haciendo trabajos para la Compañía de ese cometido, D. Jesús Alonso López, que como sabéis, es oriundo de Alajar y Diputado Provincia, al cual lo que mejor se le dan son las cacerías”.

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  3. Pero el criado parlanchín, Señora, puso término a su prolongado monólogo, al apreciar que el “engrase” de su lengua finalizaba y, ante la evidencia de que la invitación a nueva manguara no se producía, se despidió de la concurrencia con la frase: “Good bye”, que todos interpretaron como un camuflado insulto, posiblemente aprendido en la casa donde prestaba sus servicios.
    De todas maneras, la concurrencia siguió “zugando” aguardiente y sólo el más viejo de ellos añadió, con desgana: “El jodio Raspín,… sabe más que Brian”

    En tanto Román transmitía lo que antecede a Alicia de forma respetuosa, aunque un tanto relajada, espaciaba la conversación que, por otra parte, con estudiada e ilimitada paciencia era escuchada por el “ama” de la heredad.
    Si bien ésta era todo oídos, aprovechaba para recrearse en el examen de la varonil anatomía del joven arocheno y, a la vez, se complacía de contar entre su servicio con un mozo que reunía la dualidad de leal empleado y confidente.
    En tales ocasiones, ella no podía remotamente imaginar que, la reciprocidad de observación física, por parte de él, era mucho más incisiva y hasta sus ojos eran taladrados por los de Román con el incontenible deseo de escudriñar su más recóndito interior.

    El resumen de esas referencias, junto a otras de similar contenido, escuchadas de asiduas asistentes a la diaria misa, terminó de confirmarla en la creencia de que había sobrevenido a toda la zona un demoníaco e irresistible poder, imposible de parar y, el cual, era evidente encontró en el mismo Trono y aledaños los más fieles seguidores de sus oscuros propósitos para subvertir el orden establecido, durante siglos, en aquella comarca.
    Su congoja y desánimo iban en aumento cuando, cada día se enteraba que el odiado Ente, llamado Compañía de Rio Tinto, representada por el abogado, D. Ceferino Parejo, se adueñaba de las fincas limítrofes que, dañadas por los humos producidos por las calcinaciones, indemnizaba a los arruinados propietarios con arreglo a dudosos peritajes.

    Todo para ella era un cúmulo de incertidumbres que, inevitablemente, trasladaba a su hermano sin poder evitar aturdirle, aún sabiéndole inhibido para una satisfactoria determinación. Aún, en la situación que ya estaba perfilada, se resistía a asumir la pérdida de un poder económico y social heredado de aquél abuelo, patriarca recordado por algunos arrendatarios de las tierras y demás dependientes de los cuantiosos bienes raíces del viejo conde cuyos mínimos deseos habían prevalecido sobre aquellas sencillas gentes.

    Convencida de la nula asistencia que podía esperar de su ensimismado hermano, tambaleante la fe en la ayuda divina, disminuida su antaña influencia en ámbitos de otrora presión, tristemente se consideraba, como barco batido por embravecidas aguas.

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  4. No solía engañarla su femenina intuición, por ende, afianzada en la evidente realidad que los acontecimientos industriales le imponían.
    La hermosura del latifundio, en la década de 1880, no era ni la sombra de aquella vasta heredad que dejara el abuelo y, en la cual, por aquello de las imposiciones complementarias inherentes a la venta de las minas, el Gobierno concedía a la parte compradora el derecho a instar la expropiación de tierras para la construcción de su ferrocarril y demás puntos necesarios para la circulación de éste, desde los yacimientos hasta Huelva.
    Por tanto, una enervante conclusión para quienes fueran expropiados, contra su propia voluntad, era la invasión de propiedad a fin de construir las vías de tránsito (raíles, etc.) del repetido ferrocarril, sin perjuicio de una posterior indemnización.
    A mediados de esa década, Alicia vivió el declive del patrimonio familiar perjudicado por variadas motivaciones, como pudo ser la instalación del camino férreo, por sus pagos, de Las Cañas, los Frailes, Manantiales, etc.
    Las fincas de Zalamea, Campofrío y otras, antiguamente sostén de alimento y reproducción de numerosa cabaña porcina y ovina, se habían reducido a la ya raquítica caprina, cuyo mantenimiento era ruinoso a ojos vista. Así mismo, también desaparecieron las numerosas colmenas de que se disponía en Berrocal
    A todo ello, el Gobierno de D. Práxedes Mateo Sagasta, aprobó el incremento de impuestos para la venta de productos lácteos y agrícolas a fin de paliar, en parte, los gastos que la Hacienda Nacional debía afrontar por el envío de contingentes militares a ultramar y, a la vez, afrontar sus obligaciones ordinarias y deuda pública.
    Se imponía una dolorosa determinación. Alicia tendría, poco menos, que obligar de cualquier forma, a su hermano, a poner los pies en tierra y olvidar su habitual estado de “ensimismamiento”. ¿Qué fórmula de persuasión emplearía?.

    Obligado es hacer un alto, en tanto ella meditaba su posterior actuación, para hacer un análisis de la evolución económica, política y social del ente RTCL quien, realmente, se había constituido como auténtico dueño y, obviamente, gestor de la situación.
    Lejos quedaba ya, aquél primer embarque de 630 Tons de pirita, cargadas a bordo del vapor “María”, con destino a Inglaterra, llevado a cabo en Huelva, en marzo de 1876, por una cuadrilla de trabajadores portugueses a los que siguieron otras remesas procedentes de las 349.158 Tons de mineral extraídas durante ese mismo año, en tanto fueron rebasadas por el arranque, en 1883, de 1.105.785 Tons de mineral que produjeron 20.472 Tons de cobre metal.
    Si bien esta última producción y consecuente riqueza había sido conseguida con el sostenimiento de una plantilla laboral de 3217 personas, estaba muy distante aún de alcanzar, como se preveían, cotas inimaginables para años sucesivos. de crecimiento en extracción y, correlativamente, de personal.

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  5. El potencial industrial y económico de La Compañía de Rio Tinto, en los diez años comprendidos entre 1873-1883, había sido puesto de manifiesto en el ámbito nacional concurriendo a Exposiciones diversas, a la vez que se constituía como el mayor contribuyente del Estado en la Provincia de Huelva, ocupando relevante puesto, como tal, en el conjunto de las recaudaciones generales de la Hacienda Pública. arrogándose “distinguido trato”, por tanto, de parte de las autoridades gubernamentales y siendo muy apreciada, a sí mismo, internacionalmente su gestión y solidez, afianzada ante los sustanciosos repartos de dividendos al término de cada ejercicio económico.
    Pero es que además, al prestigio de la Compañía se añadía el significativo grupo de poder financiero que tomaba asiento en su mesa de Consejo. Todos ellos muy conocidos, tanto a nivel internacional como nacional.
    Así, destacados Consejeros eran, entre otros, Alex Matheson, Miembro del Parlamento, (familiar del Presidente) y el Honorable, T.C. Bruce que también ocupaba escaño en dicha institución británica.

    Siendo los vínculos políticos y sociales en la época, -como actualmente- vitales para el reconocimiento de determinado status del individuo, habría que detenerse en la figura de su Chairman, nuestro repetido Hugh Mackay Matheson, banquero y comerciante, miembro de la muy conocida familia que, para más fácil identificación, coincidía en ser sobrino carnal de Sir James N. Sutherland Matheson, (Baronet of the Lews) fundador y copropietario de la “Jardine & Matheson, Co.,” sociedad dedicada desde mediados de aquel siglo XIX al tráfico del opio, algodón y mercancías diversas que, desde Hong Kong, se introducían en China, desde la posesión inglesa de la India.

    La interesante y compleja personalidad de Hugh Mackay Matheson, no dejó de estar aureolada por su ideario religioso y liberal, opuesto al conservadurismo, opción esta que, si bien en Inglaterra era mayoritaria, en aquellos años, por la euforia imperialista imbuida a la ciudadanía por Benjamín Disraeli, él permaneció fiel al de su amigo personal y, también Primer Ministro de la Corona, William Edward Gladstone, -líder laborista-
    En cambio, en España, simpatizó y llegaba a franco entendimiento con el que fuera Presidente del Consejo de Ministro, el conservador, D. Antonio Cánovas del Castillo, figurando también, entre sus amistades hispanas, el que en tantas ocasiones desempeñara distintos ministerios, como titular, el masón gaditano, D. Segismundo Moret y Prendergast que llegaría a ser Presidente del Gobierno.

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  6. A grandes rasgos, era el perfil aproximado, de quien fuera primer Presidente de la Compañía que adquirió el principal enclave industrial de toda la Provincia de Huelva, consolidando su hegemonía económica y hasta política, no sólo en todo el territorio, si no mucho más de lo imaginable, en los años que sucedieron al antes dicho 1883 y en cuya época aún no se vislumbraba hasta cuando se extendería semejante poder.

    Por consiguiente y parodiando el léxico marinero, podríamos semejar a ese repetido poder, navío armado de imponente artillería, situada a babor y estribor que, tan solo con su presencia, intimidaba al más bravucón adversario.

    No obstante, el correr de pocos años más, llegó a un determinado punto en el que nada
    de bravuconas tenían las voces que se hacían oír por doquier en las tierras onubenses, castigadas por los humos en combustión de las “teleras” instaladas en el infernal valle situado entre Rio Tinto y Nerva, esquilmando con sus venenosos vertidos de ácido todo vestigio de plantas y arboleda que abrazaba su incontrolable volatidad, en tanto que los efectos, a nivel humano, eran evidentemente perniciosos.
    A la ruina de la producción agrícola y ganadera se sumaba la amenaza sobre la vitivinícola en el condado, según el rumbo de los vientos.

    Un clamor popular, iniciado en los municipios próximos, en los que eran prevalentes distintos frente común de batalla, a la tan denostada y poderosa Rio Tinto Company Ltd.- intereses ajenos a los mineros, se vieron fomentados e incluso instigados por latifundistas y pequeños propietarios de tierras de labor, para de alguna manera, sin organización aparente, presentar justa queja en sus respectivos Ayuntamientos. Entre otros, en principio, tuvieron rápida acogida los de Calañas y Zalamea, permaneciendo en “comprensible silencio” los obligados a soportar, en suelo propio, las terribles calcinaciones.

    Es lógico suponer que Alicia no era ajena a esa especie de “confabulación” que se gestaba por personas e instituciones municipales, a fin de presentar un frente común de lucha, a la tan denostada y poderosa The Rio Company, Ltd.

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  7. POR ERROR INVOLUNTARIO, EL PENULTIMO PARRAFO QUEDA SUSTITUIDO POR EL SIGUIENTE:
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    "Un clamor popular, iniciado en los municipios próximos a las minas, en los cuales eran prevalentes distintos intereses ajenos a los mineros, se vió fomentado e incluso instigado por latifundistas y pequeños propietarios de tierras de labor para, de alguna manera,hacer patente justa queja en sus respectivos Ayuntamientos. Entre otros, en principio, tuvieron rápida acogida los de Calañas y Zalamea, permaneciendo en "comprensible silencio" los obligados a soportar, en suelo propio, las terribles calcinaciones."
    ---------------------------------------------
    (ES VALIDO EL ULTIMO. !DISCULPEN¡)

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  8. Sin dar públicamente la cara, en ninguna de las reuniones que se celebraban entre los años 1886/87,con más o menos frecuencia, principalmente en Zalamea por los terratenientes opuestos al método de la RTCL para la obtención de sus productos,
    Alicia nunca se significó en ninguno de ellos, entre otras cosas, porque en una sociedad, machista, sin paliativos, no se hubiese consentido una femenina intervención que, tal vez, en algún momento, podría haber sido algo más brillante que la de cualquiera de los concurrentes.
    Pero, aún así, parte interesada como el que más, ejerció su influencia de manera prudente pero eficaz.
    Cierto que su nombre no figuraba como firmante del manifiesto publicado por los 5 propietarios de la provincia, dos de los cuales eran de Zalamea, titulado: “LAS CALCINACIONES AL AIRE LIBRE EN LA PROVINCIA DE HUELVA”, pero no lo era menos la buena amistad que de siempre mantuvo su familia con uno de los signantes, Francisco Serrano, hermano a su vez, del líder terrateniente, José L. Serrano.

    Por otro lado, sus movimientos en dicho tema eran subrepticiamente adoptados, toda vez que el titular de la hacienda, aunque inhibido de todo lo tocante a ella, era su hermano “el conde”.

    Nunca se pudo probar, pero pasado algún tiempo, uno de los informadores de la Compañía, guardiña, para más señas, aseguraba veía entrar en la vieja casona que el conde tenía en la mismísima villa de Zalamea, a un patilludo joven, con poblada y bien cuidada barba, vistiendo traje de pana, color miel y recias botas valverdeñas, que aún viviendo en la Mina, se desplazaba regularmente a determinados pueblos de los alrededores montando una jaca torda que llamaban “la cuñá”.
    Aquél funcionario de la RTCL, siempre celoso de sus deberes laborales, había hecho sus oportunas pesquisas, con el resultado de concluir que el tal visitante era conocido en la Mina con el nombre de Tornet, ó algo parecido. Concluía, en sus averiguaciones, se trataba de un cubano anarquista expulsado por las autoridades de la isla por connivencias con los manises.
    No satisfecho con semejante castigo, decía el guardiña, que durante dos meses del año1887, estuvo detenido en la cárcel de Valverde por ser propagandista y vendedor del periódico anarquista “EL PRODUCTOR”. ¿Qué motivaban sus inocentes y puntuales visitas a la casa zalameña?.

    Para el pagado informante, estaba claro deducir, se trataba de un insólito contubernio, llevado a cabo por terratenientes, cabecillas revolucionarios y descontentos de todo tipo, contra la muy honorable Compañía de Minas de Rio Tinto, su empleadora.

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  9. ¡Cuánto le habría gustado al celoso guardiña, fisgonear dentro de la vieja casona de Zalamea y empaparse de lo que allí se cocía¡
    De haber ocurrido lo que tanto él anhelaba, su sorpresa habría sido mayúscula. pues en la estancia principal, utilizada exclusivamente por “el conde”, sólo hubiese podido escuchar los pausados pasos del inquilino , deteniéndose de vez en cuando, para repasar los “Cantares gallegos”, de Rosalía de Castro ó “La fontana de oro”, de Benito Pérez Galdós.
    Otra cosa muy diferente hubiese sido si su celo le hubiese estimulado el olfato de entrenado mastín y, con suerte, rastrear el motivo de las sospechosas visitas del cubano Tornet, nada que ver con la persona de “el conde”, aunque sí con su entorno familiar.

    Quizás, habría comprendido la extraña alianza que, sólo ocasionalmente, se fraguaba entre el irredento anarquista y caciquiles terratenientes, amenazados en sus diferentes intereses por quienes consideraban –y de hecho tenían- por enemigo común.

    De cierta forma el maridaje de ambas posiciones, cuyo estandarte ostentaba la Liga anti-humos de Huelva, obtuvo ya entrado Enero de 1888, que el ayuntamiento de Calañas prohibiese las calcinaciones a partir del día 20 de dicho mes.
    Le siguió el de Zalamea, junto a otros municipios de la zona minera, a excepción de los Nerva y Rio Tinto.
    A la vez que una comisión visitaba a éste último, solicitándole se adhiriese, Tornet aceleraba los preparativos para una huelga general que asestara un duro golpe a la Compañía y persiguiendo la finalidad de realzar su prestigio en la organización anarquista.

    Alicia, ladinamente, estaba dando cobertura al dirigente cubano, muy a las espaldas de su alelado hermano quien, en esos precisos días, se centraba en “El caballero de las botas azules” y “Follas novas” de su idealizada gallega, Rosalía.

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  10. El primer dia de febrero, de regreso de Rio Tinto, llegaba a la hacienda, visiblemente alterado Román que, nada más llevadas a cuadra las mulas, se apresuró a darle las más recientes noticias que había conseguido en la mina, como de costumbre, a su ama.
    Su inquietud estaba justificada por la efervescencia encontrada en las calles y plazas del poblado minero, donde se había declarado una huelga secundada por los obreros de los departamentos de Calcinación, Tráfico y San Dionisio, a excepción de 30 individuos, llamados “esquiroles” que, acudieron a los tajos escoltados por efectivos de la Benemérita y guardas de la Compañía. Según sus propias palabras el ambiente era muy “levantisco”. (?)
    Entre complacida y preocupada, Alicia escuchó los pormenores del mozo que incluían el comentario de un amigo y compañero en el mercado, asegurando habían llegado ese mismo día en el tren-correo, 35 números de la Guardia Civil para reforzar a la guarnición de 10 asignados al Cuartel del puesto, esperándose acontecimientos para el siguiente día.

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  11. El jueves, día 2, contrariamente a lo esperado, transcurrió pacíficamente, de tal manera que fueron retirados los 35 guardias civiles que habían llegado la jornada anterior.
    Llamaron la atención del personal, no obstante, determinadas entradas y salidas desde la Dirección al Ayuntamiento y viceversa, del nuevo Director, Mr. William Rich y el Alcalde de Rio Tinto, pero de los asuntos que ambos pudieran traer entre manos escasos comentarios levantaron.

    Distinto fue la movida que se originó al siguiente día, cuando diferentes “oradores” empezaron a dar mítines, contra la situación laboral, en varias calles de la Mina.
    Era evidente que la situación había entrado en una dinámica incontrolable, para mantener el orden público por parte de las autoridades, máxime cuando 24 horas antes, se había despachado, fuera del distrito, el contingente de los 35 efectivos
    Numerosos mensajes telegráficos se cruzaron entre la Dirección de la Compañía y el Gobernador de la Provincia tratando de reconducir la situación, con las únicas medidas que se entendían, en aquellos momentos, a fin de conseguirla: La disolución de concentraciones y persuasión de volver a la normalidad, con el empleo de la fuerza armada.

    Mientras tanto, en Zalamea el viernes 3, acudía como de costumbre, a la ermita de San Blas un gran número de personas para implorar del Santo protección para sus gargantas, colgándose una especie de cordón impregnado en líquido aceitoso y, tras ello, pasar la jornada campera, de forma festiva dedicada al jolgorio, incentivado por la abundancia de aguardiente.

    El alegre ambiente creado, se mostró propicio para que al siguiente día 4, sábado, el Alcalde, apoyado por los terratenientes, sin duda, en connivencia con el anarquista Tornet y seguidores opuestos a la terrible contaminación de las “teleras”, indujeran a la población a marchar, en pacífica manifestación, a Rio Tinto para allí reiterar la supresión de las calcinaciones.
    La convocatoria, no sólo fue secundada por gran gentío sino que, se vió incrementada, a su paso, por las aldeas y poblados que atravesaban, todos ellos muy confiados en su modo de proceder y animados por música y slóganes de: ¡“Abajo los humos y viva la agricultura”¡¡
    Era evidente que la referida manifestación , nada tuvo de espontánea y respondía a una previa organización, puesto que desde Nerva, acudieron numerosos grupos.

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  12. Aquella tarde del sábado 4 de Febrero, resguardándose del frío atardeceder y envuelta en su negro mantón de lana, Alicia regresaba a casa después del rezo del Rosario, en la Parroquia zalameña. Había sonado el toque de Animas y comenzaba a oscurecer. Apresuró el paso y resguardó su boca con los bordes del mantón, para evitar las molestias originadas por los humos procedentes de Rio Tinto.
    Acompañada de su fiel criada, Rosini, alcanzaron el Pilar de las Indias cuando vieron correr a un grupo de personas, jadeantes y llorosas que, apresuradamente, iban penetrando en las casas próximas, asegurando las puertas de forma prudencial.
    Su perplejidad y curiosidad sólo quedaron manifestadas en una interrogativa mirada hacia Rosini, así mismo devuelta, sin responder.

    Llegada a casa la esperaban impacientes algunos criados que, con semblantes de in contenido terror, comenzaron a contarle las terribles noticias que les trajeron algunos componentes de la manifestación que partió de mañana para la Mina.
    Cada uno de ellos daba relatos diferentes. En consecuencia, ella los tranquilizó de la mejor manera que supo, despachándoles a sus deberes y determinada a escuchar a Román que, aunque de tosco modo, confiaba, sería más preciso en su relato.

    Era muy avanzada la noche cuando Román llegó de Rio Tinto. De inmediato, estaba ante Alicia que, sin ningún disimulo, había permanecido a la espera en evidente estado de preocupación y visiblemente nerviosa.
    En parecida situación se encontraba el muchacho que, antes de despegar labios, se apresuró a cerrar puertas y ventanas de la casa, empeorando en el ama la excitación que ésta ya sufría.
    Sentado y, al calor de confortable fuego, dio la siguiente versión de hechos presenciados por él desde un punto elevado de la Plaza de la Constitución:

    ----“ Ví como un enorme gentío se concentraba en aquella plaza, donde previamente se estacionaban muchos soldados que me dijeron eran del Regimiento de Pavía, al mando de un teniente coronel que se asomaba, de vez en cuando, al balcón principal del Ayuntamiento. Dentro del edificio se encontraban ya, el Gobernador, las autoridades del municipio, el Director de la Compañía, Tornet y representantes de los propietarios de tierras.
    La caballería de la Guardia Civil y sus hombres de a pié, se habían retirado hacia las calles inmediatas que confluían en la plaza..
    La gente era muy ruidosa y no paraba de gritar, En determinada ocasión, salió el Gobernador para decir algo que yo no pude entender y, de inmediato, una voz con orden de ¡fuego¡, partió del balcón. Los soldados, una fila en pié y otros de rodillas, comenzaron a disparar al público y aquello fue algo que me puso los pelos de punta.
    Lo mismo que los demás, salí corriendo, tropezando con personas muertas y, otras heridas, que gritaban al ser arrolladas por la masa.
    No he parado de correr y, sólo me he detenido dos veces para ayudar a un hombre herido que, casi arrastrando se apoyaba en una mujer, algo mayor, y un muchacho joven. Les he perdido de vista, cuando entraban para Zalemea, al amparo del muro que cierra un cercado de Sebastián, “el Torrija”.
    No puedo decirle cuántos muertos y heridos quedaron en el suelo de la plaza, pero seguramente, mañana nos enteraremos.
    Con su permiso voy a tratar de descansar y procuraré no recordar estos crímenes”

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  13. Aunque para hacerse una idea acertada de lo ocurrido en la Mina le habría bastado a Alicia con el relato de Román, fue tan fuerte aquello que, si bien las consecuencias más dolorosas del suceso las sufrieron quienes dejaron sus vidas en el frio suelo de la Plaza, era de tanta gravedad que se hicieron eco, no sólo los medios escritos, si no que, como no podía ser ocultado, se promovieron prolongados y escandalosos debates en el Congreso de Diputados.

    La intranquilidad que vivió la zona, a partir del dia siguiente a lo que, a todas luces, constituyó una alevosa masacre perpetrada por fuerzas del Ejército, en el que recayó el oprobio de haber perpetrado tan singular barbarie contra el pueblo del que se nutrían sus propias filas, se sumó la persecución,. por las fuerzas del orden de quienes, de alguna manera, se significaron en la manifestación, incidiendo tal actuación, en descubrir el paradero de dirigentes, como pudo ser, -valga el ejemplo- el cubano Tornet, huido en confusos momentos, de quien se suponía, obtuvo oculto refugio en Zalamea y podía escapar a Portugal..

    Los registros en casas del distrito abundaban, motivo que no preocupaba demasiado a Alicia, pues le constaba que era tenida, por la autoridad competente, como “persona de orden” y, consiguientemente, fuera de toda sospecha. Privilegiada situación que utilizó
    para ampliar y ponerse al dia, de los iniciales comentarios facilitados por Román.

    Sin prescindir de su diaria misa, oída la cual, otras “señoras de su nivel” aportaban flecos del luctuoso suceso acaecido en la Mina, visitaba a “personalidades de su confianza” y leía periódicos como “El Socialista”, “La Nueva España”, etc.

    Sería prolijo detallar todas las referencias de las que ella pudo disponer e incluso, prudentemente, (su interés lo aconsejaba) silenció los casos de heridos en el tumulto que, curados en sus casas de Zalamea –al igual que otros en Nerva- trataban de evitar castigos de variada clase.

    Por su parte, la Compañía recurrió a despidos indiscriminados, prescindiendo de obreros
    simpatizantes del anarquismo ó, simples lectores de “El Productor”(editado en Bna) y
    “El Socialismo” (Cádiz)
    En tales casos, el despido conllevaba, además, automática rescisión del contrato de casa y, al no encontrar trabajo, marchar del distrito.

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  14. De cualquier forma, la tragedia acaecida en Río Tinto, en el repetido y aciago día, alcanzó un punto de inflexión que marcaría el futuro inmediato de la compleja sociedad de la que entonces se componía la zona.

    Por un lado, la Compañía inglesa propietaria de los yacimientos mineros, salió indemne salvaguardando sus intereses, aunque acumulando no poco rencor sobre su identidad, pero siempre alardeando de su poderío, como quedó demostrado al ignorar la prohibición de las calcinaciones , decretada por el ministro Albareda que, poco tiempo después de la promulgación de dicha disposición, se anulaba en términos vergonzantes, para el Gobierno de la Regencia.
    No paraba ahí el “provecho” que el evento le deparó pues, en lo sucesivo se incrementaría su intervención, más o menos disimuladamente, en la política local que complementó, con la que sus pagados representantes en el Congreso, ya lo hacían en niveles superiores.
    En cuanto a las consecuencias de dicha intervención, se tradujo en ocupar amplias parcelas de poder, desplazando a los antiguos caciques y significados propietarios de bienes raíces que, por razones sencillas y culpables causas, estaban abocados a desaparecer.
    De otra parte, la masa obrera nunca cerró la herida abierta en la Mina, haciendo imposible se cauterizara tras tanta muerte y sangre vertida. El rencor anidó en ella y, si bien no se manifestó abiertamente hasta 12 años después, las secuelas siempre existieron. Aunque en el transcurso de los años cambiaron los políticos y los Gobiernos, ninguno obtuvo el apoyo y/o la simpatía de un pueblo defraudado con sus sistemas y maneras de proceder.

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  15. Sobre lo anterior, la Compañía, practicó una política de paternalismo que oscilaba, según le convenía, entre (valga el ejemplo) ”el palo y la zanahoria,”
    Haciendo un símil con la zanahoria, veríamos que esa hortaliza podría estar representada por: Nueva construcción de casas; facilidad para que sus productores trabajasen pequeños huertos alquilados por bajos precios; apertura de escuelas; servicio médico gratuito; economatos de víveres y géneros subvencionados; pases de gracia en el ferrocarril, para consultas médicas en Huelva, suministro de agua gratis, en fuentes públicas. etc.
    En tanto el más parecido al palo sería la inamovible tarifa de jornales, según categoría y producción, sometimiento a los Contratistas designados por la Compañía y absoluta prohibición de huelga,

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  16. En defnitiva, era evidente que en la zona sólo se oiría en adelante la única voz, limitada a expresar la indiscutible voluntad de “The Rio Tinto Co., Ltd”.

    La situación quedaba nítidamente clara para Alicia y todos los demás congéneres.
    Por consiguiente, dos semanas después del suceso que conmovió los cimientos sociales de Rio Tinto y pueblos de su entorno, a pesar del cese de las calcinaciones, que muchos insistían no sería duradero, se vio en la tesitura de tomar una determinación y, encarar el futuro con sorprendente realismo para una mujer que llevaba el gobierno de una hacienda sin la ayuda de quién se suponía, debió tomarla de forma natural, antes que ella misma, puesto que como primogénito, sobre el conde recayó la herencia.
    Ella se veía cansada y alarmada, ante el rápido acontecer de los tiempos tan contrarios a los intereses materiales que siempre defendió y, hasta en cierto modo, aturdida por unos sentimientos personales que, desde hacía meses, se habían despertado en su femenina condición.

    Alrededor de los 36 años con los que contaba, siempre se relacionó con hombres, generalmente mayores que ella y con los que trató de negocios ó puntuales asuntos relacionados con el patrimonio familiar, pero nunca hubo ningún otro tipo de afecto ajeno a dicha materia.

    Bien era verdad que, en la mayoría de ocasiones, parecía olvidar la posición social que le separaba del joven Román, en tanto que ella le tenía, no como empleado fiel, sino cual amigo y confidente, depositando en él una admirada devoción abocada quizás, a sobrepasar esa absurda línea impuesta por el estúpido y falso estatus de quienes dividían al mundo, incisivamente en el siglo XIX, también persistente en el XX, señalando la clase de individuo que, por la posesión de bienes, debía ocupar la escala, arriba y/o abajo de la Sociedad que le tocó vivir.
    La naturaleza, que siempre impone su razón prescindiendo de convencionalismos personales, determinó que Alicia dedicase un tiempo a sincerarse consigo misma, inclinando su corazón a escuchar la llamada de lo que no se atrevía aún a definir con acierto.
    Los diarios cambios de impresiones, con el añadido a la mutua atracción física entre Román y Elvira, se evidenciaban, además, con el íntimo deseo de prolongar las entrevistas en toda ocasión, corroboradas en las intensas miradas cruzadas que, tan expresivas, pero prudentemente se mostraban.

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  17. Con pragmatismo, ella meditó un proyecto que afectaría a todo lo que contuviese, en los ámbitos económicos y sociales, al vasto patrimonio heredado por el conde, calculando, contemplaría un cambio de dueño, como también lo haría, a su propia vida,.

    De manera sosegada, pero poco común, como para exponer el trascendental asunto que en el repetido tiempo venía ocupando su mente, abordó a su hermano en aquella biblioteca que constituía para él, su único y exclusivo mundo.

    Semejante al procedimiento que emplearía un cirujano al operar absceso y, posteriormente, cauterizar la incisión, le expuso la necesidad de vender gran parte de los bienes raíces que eran objeto de interés para la RTCL, dada la deficiente utilidad en que permanecían y bajos beneficios que rendían, tras sufrir el deterioro de los humos.
    Comprendidas en la venta estarían aquellas fincas necesarias para las dependencias auxiliares del ferrocarril de la Compañía, ya construido, incluyendo aquellas que en el futuro precisaba la misma, para la ampliación de los ramales a Zalamea y Nerva.
    Se trasladarían a la solariega casona, con dehesas, que poseían en la provincia de Badajoz, adquirida por su abuelo al anterior propietario, Don Manuel Godoy, Duque de Alcudia y Principe de la Paz, como, igualmente, conservarían la actual vivienda de Zalamea, aunque entonces, sin los campos anejos a ella, manteniéndola sólo por sentimental afecto y dedicada a ocasional disfrute.

    Tras la detallada exposición, creyó observar en su hermano, un destello de contenida ira, pero quizás, al ser repentina, desapareció de inmediato y pasando él, una distraída y pausada mirada a las repletas estanterías de volúmenes que aquellas soportaban, se desprendió de sus viejas lentes fijando la cansina mirada en la mujer, que aún bella en su madurez, le proponía el grave asunto.
    Pasaron minutos de un silencio que, para Alicia, se figuraron eternidades, antes de que el apocado conde se decidiera a manifestar su esperada respuesta.

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  18. Con calma, había escuchado a su hermana, siendo su reacción coincidente con la abulia que desde tiempo era habitual en él.
    Por consiguiente, nada objetó a los proyectos de Alicia, a quién expresó su deseo de que continuara ocupándose de los asuntos familiares, ya que con ella se sentía protegido y gozando de una paz ajena al diario acontecer de negocios materiales, según deseaba.
    Le pidió, ó impuso, una condición para marchar a Badajoz y, era la de que gran parte de su hermosa biblioteca, en la que transcurría la vida por la que había optado, fuese trasladada a la nueva residencia.
    Insistió en que nada, aparte de eso, le interesaba en absoluto y mantenía los poderes para ella, como ya hacía tiempo le otorgase.

    No era, ciertamente, lo que Alicia habría deseado, pero consideraba imposible evadirse de una responsabilidad a la que estaba sometida, debido a las circunstancias familiares, por todos conocidas.
    Dejó la estancia-biblioteca, con la misma sensación que una madre retoma sus cotidianos deberes, una vez cambiado los pañales de su hijo, acudiendo al prioritario, en este caso, la necesaria entrevista con D. Ceferino Parejo, Abogado de la RTCL.

    Concertada esta, le angustiaba inevitable sensación de derrota moral ante una negociación que si, bien podía ser satisfactoria en el plano económico, era dolorosa en el aspecto ético.

    Prototipo de campechano andaluz y avezado en los asuntos propios de su profesión, el jurista desplegó sus artes de negociador, imprimiéndoles una singular deferencia –pero íntima y silenciada comprensión- hacia quien se veía abocada a enajenar, contra su voluntad, un valioso patrimonio, aunque de la misma manera, se congratulase de ser artífice de una operación tan deseada para su patrocinadora Compañía. quien, por supuesto, lo tendría en cuenta.
    Al pertenecer al ámbito privado, nada se supo de la cantidad o montante de la repetida operación de compra-venta, pero una vez realizada, se comentó en Zalamea, siempre basado en rumores, se trataba del desembolso más importante, incluída la indemnización por daños, llevada a término por la “formal” manera de actuar de la RTCL.

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  19. Concluía una época en la que el predominio e influencia de terratenientes y caciques, -al menos en el entorno de la explotación minera de Rio Tinto y, algo más allá- se había extendido hasta finalizar el siglo XIX, aunque no estaba claro cesara en el siguiente.

    No obstante, para toda la cuenca y su gente, suponía un cambio de dirigentes ó “amos”, cuyas consecuencias eran la evidente mutación de la prevalencia industrial sobre la agrícola.
    En cualquier caso, las manos que extraían la riqueza, ya fuese la trabajada en los campos ó en la mina, seguirían encalleciéndose , en tanto el flujo sanguíneo las regase.
    Para la gleba el cambio era notable, pero puesto en balanza, habría que comprobar hacia donde se inclinaría el fiel.
    De cualquier manera, era uno de los numerosos ciclos que regula, de tiempo en tiempo al mundo y, a los que está sometida, por las distintas circunstancias que lo determinan, la humanidad que lo habita.

    En cuanto al conde y su hermana, -partes integrantes del viejo y caduco sistema- no mal parados, económicamente, tal como suele ser habitual en las clases poderosas, cuando el sol no brilla, para ellos, con la intensidad que desean, su retirada del “escenario” social, no les produjo grandes traumas. La cómoda vida en la que siempre se desenvolvieron en la provincia de Huelva, esperaban fuese similar a la que emprenderían en el nuevo latifundio extremeño.

    La verdad es que, ya instalados en aquellos pagos, y pasado algún tiempo, cuando en ocasiones Alicia permanecía algunos días en la casa de Zalamea, recibía visitas de amigos y conocidos que solían comentarle las novedades y/o destacados eventos producidos en la zona y, muy particularmente, la marcha de la Mina, foco de atracción social y económico del entorno, destacando, igualmente, la intervención de la Compañía, en el ámbito político de los Ayuntamientos locales.
    Y es que aquellos años, comprendidos entre 1888 y 1900 daban juego para sostener interminables tertulias de variados temas, tales como el encuadramiento de jóvenes, algunos muy conocidos de ella, para engrosar el Ejército, enfrentado a la insurrección cubana y portorriqueña; el fallecimiento de aquél denostado Presidente de la RTCl, Mr. Hugh Matheson, ocurrido en Londres el 8 de Febrero de 1898; la enorme producción de cobre obtenido sólo en Rio Tinto, sin contar el extraído en el extranjero por las exportaciones de mineral crudo, que en los 12 años, ya se elevaban sólo a 197.700 Tons de cobre.
    Aunque sus estancias no solía prolongarlas, siempre procuró estar al día de lo trascendente en lugares que habían sido amados por ella,

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  20. Y, no habían dejado de ocurrir cambios, antes impensables, desde que en la zona se instaló la nueva “dueña”, sin identificable cara, pero con foráneo nombre, que se hacía llamar “The Rio Tinto Company, Ltd”.

    Alicia, en el transcurso del tiempo mediado entre 1873-1900, , muchas referencias sobre esta conoció y, hasta padeció, sin olvidar que por culpa de dicho ente, dejó en Zalamea no sólo lo que constituyó la sede del patrimonio familiar si no, también, las ya irrecuperables, infancia y juventud, sin posible continuidad, allí, con su madurez .

    Menos mal que a las posesiones de Badajoz, además de su doncella Rosini, se trasladó, con empleo de capataz y hombre de confianza, Román, ambos por su fidelidad, vinieron a constituir una familia, algo más cercana que el “distraído” hermano, consiguiendo mitigarle sus añoranzas.
    En uno de aquellos viajes a Zalamea, además de los citados, les acompañó un pequeño de corta edad, que llamaba a Alicia, en infantil lengua, “mamá”, pero a quien cuidaba, con todo cariño, Rosini.
    Curiosamente, en el círculo de amistades de la “mamá”, nadie preguntó sobre el origen del chiquillo, siendo los más prudentes aquellos que pensaban sería una “adopción” de la caritativa Alicia, siempre tan solícita con los necesitados.
    Otros, más inquisitivos, solían fijarse en el niño para encontrarle certera semejanza y que, aún pareciéndoles familiar, obviamente, silenciaban.
    Aparte de las anécdotas de su entorno íntimo, siempre se interesó, como antes decíamos, por otras ajenas a él.
    Así supo cómo, una mayoría de antiguos braceros del campo de la misma Zalamea, acudían diariamente a la Mina y, a pesar del duro trabajo, conseguían un jornal fijo, distinto al esporádico que obtenían en las labores de labranza.

    Muy comentada y hasta valorada por estos, era la atención que recibían si les ocurría un accidente, tan frecuente en aquellos años y, la asistencia que en sus domicilios recibían las familias de mineros.
    Quedó informada y, lamentó, la desaparición del Dr. Don Jesús Alonso, primer médico-cirujano que trabajó para la Compañía, desde sus inicios, al que recordaba por haber atendido a Román cuando sufrió un desguince en el pié, allá en Rio Tinto. El prestigioso Doctor, oriundo de Alajar, tras ser operado en Londres, regresó a la Mina, donde falleció el 13 de Julio de 1897
    Concretamente en Zalamea ya prestaban esos servicios, médicos contratados por la Compañía y muy conocidos de Alicia, como D. José Beato y D. Juan Bautista Lancha.

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  21. Comentando la atención médica de la RTCL para con los trabajadores, ocupaba destacado lugar el funcionamiento del Hospital, construido por la Empresa, en el año 1883, en el Alto de la Mesa, y cuya organización corrió a cargo del Dr. John Sutherland MacKay, prestigioso médico, procedente de la Universidad de Edimburgo que, tras permanecer años en la Jefatura del Servicio Médico, “decían” que psíquicamente enfermo y desgastado por el poco entendimiento con la Dirección, presentó su dimisión. ¡Una pena¡, lamentaban. Sin embargo, los cimientos para el moderno desarrollo de la medicina habían quedado afianzados, en la Mina y en Huelva.
    Tan así era que, en 1890 comenzó a trabajar para la Compañía, el médico catalán, Don Pedro de Seras, en el Hospital de la Co., en Huelva, quien 3 años después, publicó en la Gaceta Médica Catalana un interesante artículo sobre el Hospital, del que se sentía orgulloso de haber trabajado en él y elogiaba al repetido Dr. MacKay.

    Alicia, admitía que era tema recurrente en las amistosas tertulias, la lucha mantenida en la última década del siglo, por los Doctores, Raymon Courteen, Robert Russell Ross y otros, contra las enfermedades endémicas más frecuentes de la zona, como la malaria y viruela, sin descuidar la atención a obreros accidentados. La prevención, para reducir estos últimos, tardaba en ser asumida por los dirigentes mineros.
    A la vez que ella seguía, en silencio, este tipo de conversaciones, reconocía la cara y cruz, (que de todo había) del sobrevenido progreso.

    En el aspecto religioso, -(ella tan católica. apostólica y romana)- le inquietaba, pudiesen ser permitidas en Zalamea, escuelas privadas de la Compañía, semejantes a las que funcionaban en Rio Tinto, donde en la materia de fé, era impartida la enseñanza con tendencia al credo protestante, a los escolares. hijos de obreros.
    Para la implantación de este tipo de clases, hacía años habían llegado a Rio Tinto, patrocinados por Hugh Matheson, una “avanzadilla” de los maestros que les sucederían posteriormente y que componían los esposos, Jane y Robert Carlyle, ambos escoceses. Ellos comenzaron su labor docente en la misma casa que habitaban en la Calle Elhuyar, 2 en la Mina.
    Así, en la década de 1890, muchos menores estaban adoctrinados con los ejemplares de la Biblia revisada por Cipriano de Valera (1602)
    Para más raigambre de la “herética enseñanza” se permitió, en los primeros años de la década, que numerosos grupos de niños acudiesen. a los cultos en (!!horror¡¡) la nueva Iglesia Protestante que se había construido en Bella Vista.
    Pero, además, se estaba consiguiendo con dichas escuelas, reducir drásticamente, el alto analfabetismo de la zona, cuya lacra era tan difícil de erradicar, incluso, a nivel nacional.
    Aunque las amistades de Alicia le comentaban –y ello ponía un toque esperanzador en su ánimo- cómo se había contenido la perniciosa penetración en Zalamea, en tanto que en el mismo Rio Tinto, amplios sectores de la población conservaron sus creencias manifestadas, públicamente, en la primera, con las procesiones del Patrón, San Vicente y Corpus, en tanto que la Virgen del Rosario, era festividad consubstancial en el acontecer minero, al igual que la devoción por Santa Bárbara, que aquellos tenían por valedora, era festejada cada 4 de Diciembre con explosiones de cohetes y dinamita.

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  22. En las ocasiones que volvía a su casa de Zalamea, Alicia era visitada no sólo por las señoras de los pocos hacendados que allí permanecían, también acudían a cumplimentarla antiguos sirvientes que ocultaban una taimada intención en sus comentarios para, “sin malicia alguna”, establecer comparación entre los beneficios obtenidos por personas del pueblo, trabajando para la RTCL, muy diferentes a los que aquellos mismos, no pudieron conseguir “en otros tiempos”….
    Alabanzas sin cuento, hacia la Compañía, eran mencionadas y parecía se regocijaban, especialmente, enalteciendo las costumbres extranjeras, aunque interiormente, las conceptuaran como “raras y extravagantes”
    De tal manera que, no encajaban en sus mentes, determinadas formas de divertirse, por ejemplo, de aquellos ingleses –tan detestados por Alicia- que en días y horas libres de trabajo y reuniéndose como una docena, ó algo menos, corrían tras una bola, en un llano de escoriales en el que se alzaban a sus extremos dos palos que, al ser introducida entre ambos la bola y, siempre con el pie, les ponía muy contentos. A las alocadas carreras y, al divertimiento en su conjunto, le llamaban, foot-ball y, quizás. para no sudar tanto, vestían con pantalones a media pierna, detalle censurable a todas luces.
    A uno de aquellos individuos que no corría tras la bola.le llamaban refflee ,y se distinguía del resto por tener un silbato que hacía sonar, cuando a él le parecía. Entonces todos paraban y discutían entre sí.
    En otras ocasiones se reunían, blandiendo un trozo de madera aplanada con la cual uno de ellos trataba de parar una bola que, desde determinada distancia, un compañero le lanzaba. Se les oía decir algo semejante a cricket En fin, cosas muy extrañas …pero que distraían a constantes grupos de mirones.

    Puntualmente surgían, en las mantenidas tertulias, el recuerdo a las personas conocidas y desaparecidas como consecuencias de las endémicas plagas de viruelas, malaria, etc. que azotaban la zona y, aunque muchos creían que sus estragos eran menores a los padecidos en alejados distritos, debido a los “beneficios” de los humos de las teleras, en cambio, otros, rebatían ese criterio, asegurando era una argucia más, de la Compañía.

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  23. A la última reunión a la que Alicia asistió, quedó enterada de la desaparición de un antiguo servidor de su casa que había rendido tributo a la temible viruela.
    Se trataba de “Ronquito” anciano que a sus 85 años y tras 70 de trabajo en la heredad, se había ocupado de todo lo concerniente a la finca de “La Gangosa” (antigua propiedad perteneciente a la Hermandad de la Sta. Cruz de Zalamea) que, tras la desamortización de Mendizábal había sido comprada por el abuelo del “conde” y en la actualidad, era ya de la RTCL. y cercana a las explotaciones mineras.
    Supo cómo, al ser sorprendido por dicha enfermedad en una de las casas de aquella huerta, fue trasladado al Hospital de Viruelas en Alto Mesa, construído de madera para casos infecciosos y atendido en él por el Dr. J.S. Mackay de forma altruista, al no ser operario de la Compañía.
    Fue suceso que, desconocía y que sinceramente sintió pues, no en vano, siempre mostró su lealtad por la familia de sus amos a quienes nunca “importunó” para solicitarles una subida del exiguo salario que desde año permanecía inalterado.

    Alicia se mostraba reacia a comprender el que si en sus esporádicas visitas a Zalamea, se detectaba un caso de enfermedad infecciosa en cualquier punto de la zona, tendría que someterse a la obligación de permanecer en el pueblo, en tanto perdurase el cordón sanitario que muy proclives a implantarlo, en toda la cuenca, eran los médicos ingleses de Rio Tinto.
    El poco reprimido orgullo la impulsó, en una de aquellas ocasiones, para hacer una “interpelación” a su conocido y amigo, Secretario del Ayuntamiento, para ella conocer lo que interpretaba como injerencia extranjera en las españolas costumbres.
    El paciente funcionario le mostró dos Reales Decretos que vinieron a confirmarla en su anticuada y casi inamovible formación.
    Pudo lerlos, como siguen:

    “El Excmº Sr. Secretario de Estado y del Despacho del Fomento General del Reyno
    ha comunicado al Excmº Sr. Presidente del Consejo Real y del de la Cámara, con fecha 7 de este mes la Real órden siguiente:

    Excmº. Sr.- Penetrado de sentimiento el paternal corazón del Rey, nuestro Señor, desde el momento en que supo que la desoladora plaga del Cólera-morbo, franqueando los límites del vecino reino de Portugal, había invadido el territorio español, y declarándose en Huelva y Ayamonte, no ha cesado S.M. de dictar las medidas conducentes para aliviar la desgraciada suerte de los pueblos contagiados, haciéndoles menos sensibles los frunestos efectos del mal, y para preservar el resto de la Monarquía se semejante calamidad. Pero como SM. guiado por los principios de su acendrada piedad se halla íntimamente persuadido de que los esfuerzos de la previsión humana y las disposiciones de policía, salubridad y vigilancia, no serán eficaces por sí solas para contener los progresos del contagio y disminuir sus estragos, si la Divina Providencia no se digna apiadarse de los pueblos que colocó bajo su augusto cetro; y como por otra parte conoce a fondo los sentimientos religiosos que caracterizan a sus amados vasallos, quiere SM. que uniéndose sus fervorosos votos a los de la Iglesia, se invoque con este motivo la Misericordia del Omnipotente, haciéndose en todos los emplos de sus dominios rogativas públicas y privadas por los cabildos y corporaciones eclesiásticas y civiles.
    De Real Orden lo comunico a V.E. para su inteligencia y a fin de que teniéndolo por entendido, el Consejo y Cámara dispongan lo necesario para su cumplimiento”. (Mariano Milla)……….(Pág. Siguiente)

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  24. El indeseado Rey, Fernando VII, (firmante de la disposición anterior) murió pocos días después del 7 y, concretamente, el 29 de Septiembre de 1833., fue su viuda, la Reina Gobernadora, Mª Cristina de Nápoles, la que firmó el Decreto siguiente:

    “Con fecha 15 de este mes ha dirigido SM. LA Reina Gobernadora al Excmo. Sr. Duque Presidente del Consejo, el Real decreto siguiente:

    --“Por el Consejo se escribirá a todas las ciudades, villas y lugares donde se deba celebrar el acto de la Proclamación de mi augusta Hija la Reina Doña Isabel II, para que en consideración a la epidemia que aflige a muchos pueblos del Reino, y de que otros están amenazados, a cuyo alivio es justo y necesario atender de preferencia; se excuse todo gasto que no sea el indispensable a su ejecución: en inteligencia de que prohíbo absolutamente que se tomen más dineros de los fondos públicos, ni por impuesto ni repartimiento vecinal con esta ocasión; y que las muestras de cordialidad y de beneficencia serán el obsequio mas grato a mi corazón, y el testimonio más solemne de amor y lealtad en los pueblos a su legítima Soberana.
    Tendráse entendido para su cumplimiento.
    Está señalado de la Real mano de SM”.

    “Publicado en el Consejo pleno de ese día el antecedente Real decreto, ha acordado se guarde y cumpla lo que SM. la Reina Gobernadora se sirve mandar, y que a este propio fin se comunique a las Autoridades que en el mismo se designan.
    En consecuencia lo participo a V. de orden de dicho Supremo Tribunal para su inteligencia y cumplimiento en la parte que le corresponde, y del recibo de esta se servirá V. darme aviso.
    Dios guarde a V. muchos años, Madrid 17 de Octubre de 1833”.- D. Manuel Abad

    A pesar de que ambos decretos databan de casi medio siglo antes de que se tomasen en la cuenca de Rio Tinto medidas de prevención contra las enfermedades endémicas, Alicia argumentaba y, estaba convencida, que era suficiente hacer lo que desde entonces tenían instituido como “Voto” a la Reina de los Angeles los vecinos de la cercana población de Alajar donde, ninguno de sus habitantes habían sido tocados por la epidemia de cólera, motivo que atribuían a su bendita mediación.

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