17 de junio de 2012

Las estrechas y terribles calles de la ciudad se iluminaban (II)


Segunda fase en el juego de relatos con la obligación de incorporar la frase del título del post.

Autor: Juanma Gemio.

Las estrechas y terribles calles de la ciudad se iluminan a mi paso. Son las únicas que se percatan de mi lento caminar. El sudor frío que humedece mi rostro se hace acompañar de recuerdos que van y vienen a modo de remordimientos. El barro en los zapatos, las heridas de la piel y la sangre seca que colorea la sucia camisa blanca son las huellas físicas de lo ocurrido. Nadie sospechaba que algo así podría ocurrir. Yo tampoco.

Las imágenes que proyectábamos al exterior eran inmejorables: mujer vitalista, cariñosa, alegre y trabajadora; hombre educado, fuerte, sociable y simpático; hijo responsable, universitario, deportista y optimista. Al traspasar la puerta del adosado de reciente construcción nada cambiaba, hasta que cambió. Mi mente comenzó a llenarse de pesadumbre, miedos, fatalismo, malestar. A las facturas no se les olvidaba la dirección cada inicio de mes; a todos se les olvidó esa dirección para volver a trabajar. Ocultaba la realidad, pero todos se percataban que algo no iba bien. Los tiempos oscuros entraron por la ventana y la sociabilidad se transformó en irascibilidad, la alegría en seriedad y el optimismo en lo contrario.

Con la desesperación intenté resolverlo con quién no debía, de la manera que jamás pensé que lo haría. Sin saber, nublada la razón, que ahí y así no encontraría la solución.

Hoy intento convencerme de que hice lo correcto, que no había otra salida. Me digo que todos harían lo que yo, que nadie podría permanecer impasible viendo los problemas llegar para quedarse. Pregunto en voz alta, aunque nadie ya me puede oír, qué persona enamorada no jugaría esa última posibilidad. Interrogo, gritando en mi eterno caminar, qué madre no lo haría.

Sólo cuando encuentre respuesta a estas cuestiones, sólo cuando sepa si tenía otra alternativa, sólo cuando me sitúe de nuevo ante mi razón, sólo entonces conoceré mi destino final. Mientras tanto, estoy condenada a soportar las mismas sensaciones de tan fatídico día: el sudor frío, las pulsaciones aceleradas, la vista nublada, el inmenso dolor tras la puñalada.

Encontrado mi cuerpo, todos lloraron mi ausencia; se preguntaron cómo pude llegar a eso; cómo caí en tan grave, según ellos, equivocación. Me rezaron, me susurraron, me gritaron, me odiaron por dejarlos solos de esa manera, me echaron de menos, me quisieron aún ausente. Nunca me olvidaron. Yo a ellos dos tampoco.

¿Cielo o infierno? Aún no lo sé. Sigo en mi condena, caminando por las mismas calles estrechas, sucias, terribles, preguntándome si hice bien o mal. Dudas que me absorben, interrogantes que me carcomen, respuestas que no llegan. 

El tiempo pasa. Mi marido ya no está. Mi hijo también murió. Ambos descansan en paz. Yo sigo caminando sin meta a la vista buscando las respuestas que no llegan. 

Estoy cansada. Yo también necesito descansar. ¿Hice bien? Sí y no. Sigo caminando. Estoy cansada.


3 comentarios:

  1. Intenso relato juanma. por desgracia la realidad de hoy en dia. supera la ficcion.engorabuena!!.ruben

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  2. Uf!!..relato que hay que exprimirlo como una naranja para encontrar en su jugo el verdadera acidez de la historia..tan real como como la vida misma.Luisma

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  3. Muchas gracias a los dos. Es difícil separarme de la realidad que nos rodea. Un abrazo y sobre todo gracias por utilizar esta ventana, que ya es vuestra para cuando y para lo que queráis.

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